Quince años después, el miedo se refleja en los rostros de Manuela y Ana cuando reviven el trágico 27 de enero de 2005 en el barrio del Carmel. "Escuchamos un ruido muy fuerte. Pasamos mucho miedo. La gente salía con lo puesto de casa, algunos en zapatillas", relata Manuela. Esa mañana, sobre las nueve de la mañana, se derrumbaron los bajos del edificio de viviendas del número 12-14 del pasaje de Calafell. Movimientos de tierra causados por las obras de la línea 5 de metro provocaron un socavón de 35 metros de profundidad. Muchos vecinos esperaron hasta dos años para regresar a sus casas. Otros, nunca lo hicieron.
Ramón atiende junto a su hija Georgina a los clientes de su copistería en la calle Sigüenza. Antes del desplome, el negocio familiar se ubicaba en el pasaje de Calafell. Debido al peligro de derrumbe, decenas de comercios cerraron durante meses. Su mujer no pudo reabrir la tienda hasta un año después. "Se hundió, entró en una depresión. Cuando escuchaba sirenas se agobiaba", recuerda Ramón.
REALOJO EN HOTELES
Durante ocho meses, el matrimonio y los dos hijos vivieron en una habitación del Hotel Atenas, en la avenida Meridiana. Georgina, que entonces tenía 6 años, vivió los primeros días del suceso como una aventura. Durante ese curso de Primaria, sin embargo, tuvo dificultades por seguir las tareas de la escuela. "Había una sala de estudio que siempre estaba abarrotada por los niños de las familias afectadas y no me podía concentrar", explica.
Isabel, nombre ficticio, vivía en la zona cero. Como muchos vecinos, la imagen de las grúas destrozando su domicilio con los recuerdos de una vida entera en su interior permanece gravada en su memoria. "Notamos los temblores durante toda la semana. El día antes, sobre las tres de la tarde, empezaron a desalojar los coches del parking, pero nadie nos contaba nada. No fue hasta la noche que la policía llamó a la puerta para desalojarnos", explica.
MALA INFORMACIÓN
Más de 1.000 personas tuvieron que abandonar sus viviendas. Semanas después del hundimiento, la Generalitat, responsable de las obras, seguía sin dar explicaciones. "La manera de informar fue una mierda", reprocha sin tapujos esta vecina que pide mantenerse en el anonimato. "En las primeras dos semanas había mucha desinformación. Recuerdo que nos decían que no pasaba nada, que en una semana volveríamos a casa", rememora Ramón con una sonrisa irónica dibujada en la cara.
Los vecinos se plantaron ante las administraciones y exigieron un certificado donde se garantizaba su seguridad, en caso de regresar a casa. "Estábamos aterrados. ¡No queríamos volver!", insiste el vecino. Jordi Garriga se muestra incómodo al recordar esos días de angustia."Lo pasé muy mal. Nos cortaron la luz y el gas durante varios días. Espero que no vuelva a ocurrir", señala.
Un parque infantil preside el perímetro de la zona cero del desplome donde se derribaron hasta cuatro edificios. Un tobogán y diferentes estructuras de juego son el único recuerdo de las viviendas de centenares de personas que lo perdieron todo. Las calles Llobregós, Conca de Tremp, Calafell y Sigüenza flanquean la zona de recreo, que en un futuro acogerá, previsiblemente, viviendas sociales.
AVISO 20 DÍAS ANTES
En 2005, José Luís Ogaya (60 años) regentaba un negocio de electrodomésticos en la calle Conca de Tremp, en los bajos de uno de los edificios de la zona cero. Veinte días antes del desplome, Bomberos de Barcelona visitaron su tienda, cuando aparecieron unas pequeñas grietas. "No le dieron la menor importancia. Hacía días que caían piedras. Fue una imprudencia", recuerda Ogaya. Quince años después, dirige de nuevo una tienda de electrodomésticos. En este tiempo ha cruzado un largo camino, con terapias psicológicas tras sufrir una depresión.
A pocos metros donde desapareció su comercio, Augusto Aguilar (30 años) trabaja en su cerrajería. Antes era de su padre, que regentaba el negocio en el momento que todo el edificio tembló. "Nuestro edificio casi se cae, pero teníamos cimientos más altos y fuertes", comenta. Muchos vecinos pensaron que había cerrado el negocio. Como otras familias, nunca recuperaron las pérdidas económicas.
HASTA 15.000 METROS CÚBICOS DE HORMIGÓN
Tras limpiar el gran agujero, varias camiones hormigonera trabajaron día y noche durante semanas. En total, llenaron el socavón con 15.000 metros cúbicos de hormigón. En esta zona, el metro se encuentra a 80 metros de profundidad. En la parada de Sagrada Familia, de la misma línea 5, la profundidad es de apenas 10 metros. Dani aun recuerda la impresión de un barrio fantasma, con decenas de comercios cerrados y calles cortadas durante semanas. Su bar La Granja, entonces de su madre, estuvo cerrado más de un año.
"Fue un caos, como un terremoto", comenta Ramón. Acompañado de los bomberos, su familia pudo acercarse a su domicilio a recoger lo imprescindible. Este vecino solo quiere olvidar lo sucedido, pasar página. Mientras vivían en el hotel, padres e hijos se montaban en su caravana cada fin de semana en dirección a Vic para huir de la claustrofóbica habitación que compartían y del monótono menú del bufete libre.
Yolanda trabaja actualmente en una peluquería situada enfrente de la zona cero. Antes, su antiguo negocio se encontraba a dos calles del derrumbe. Aunque su rutina no se vio afectada, el temor a nuevos temblores o grietas la mantuvieron alerta durante los meses siguiente. "Pasas miedo, no sabíamos la magnitud de todo aquello. Era un caos, habían muchos bomberos y la gente lloraba. La gente temía que se le cayera la casa encima", recuerda.