Se rumoreaba. Algunos vecinos de Les Corts lo pedían. Medio en broma, medio en serio: querían que el tramo de la calle Taquígraf Garriga, donde se encuentra la casa del Ratoncito Pérez, pasara a llevar su nombre. Ahora se confirma. Esta noche, mientras los niños dormían, el popular ratón ha salido de su casita, se ha subido a una escalerita y ha clavado una placa con su nombre. Dice así: Carrer del Ratolí Pérez. Quizá él no lo sepa, pero algunos vecinos estaban pensando en impulsar una iniciativa para cambiar el nombre de ese tramo.

En cualquier caso, la placa informativa es apenas imperceptible, es minúscula, como todo lo que rodea al Ratoncito Pérez. La alfombra, las señales de tráfico, el parking... objetos que día tras día se sofistican más. ¿Qué habrá querido decir el Ratoncito Pérez con esta acción? ¿Habrá atendido las plegarias de los vecinos? ¿Estará marcando terreno entre los roedores que viven por la zona? 

La casa del Ratoncito Pérez de noche con la placa del nombre de la calle 



Esta pequeña obra de arte colectiva, que empezó como una broma inocente hace dos años, se ha convertido hoy en el lugar de peregrinación de centenares de niños de Barcelona que quieren visitar la casa de su pequeño ídolo.

La Bansky catalana –con la que tuvimos oportunidad de conversar en Metrópoli Abierta– fue la precursora de este movimiento que se ha convertido en una especie de santuario colaborativo. Nadie se lo olía, igual que nadie se imaginaba a principios del siglo XX que el urinario de Marcel Duchamp –padre del readymade– podría triunfar y convertirse en un icono de la transgresión artística. Las historias más curiosas –y trascendentes– aparecen en los lugares y momentos más insospechados.

Un saxofonista montó una fiesta frente a la casa del Ratoncito Pérez antes de que pusiera la placa



A propósito, ¿sabes por qué se ubica ahí la casa del Ratoncito Pérez? Según cuenta la leyenda, decidió ese emplazamiento porque está justo al lado de la antigua pastelería Boages. Antes salía a buscar unos dulces que le pasaban las panaderas a través de una ventanita redonda. En Madrid, donde tiene su otra residencia –mucho más conocida– en la calle Arenal, hace lo mismo. ¡No le debe quedar ni un diente con tanto dulce! ¡Por suerte tiene los dientes de leche de los niños!

El caso es que, poco a poco, el Ratoncito Pérez ha ido superando las novatadas que le han gastado algunos vecinos del barrio y se está adaptando a la ciudad. Ya ha hecho algún amigo y se esfuerza en decorar su casa de forma digna. Cada día, antes y después del colegio, los niños acuden emocionados a dejarle objetos –objetitos– para su casa. Entonces miran por debajo de la puerta. Está ahí, aseguran, correteando por su casa y comiendo los trocitos de queso –y otros manjares– que recibe a diario –¡a montones!– de los niños que están fascinados con la historia.