Jordi R se traslada cada día de Granollers a Barcelona. Coge el tren y después el metro, en Fabra i Puig, estación que este viernes estaba hasta los topes. Los accesos a los andenes se ralentizan y los vagones van muy llenos, pero menos que en la última huelga. El transbordo en Sagrera es desesperante, con retenciones y muchas personas quejándose.

“Es una vergüenza que el usuario pague las consecuencias de la huelga. Siempre pasa lo mismo, pero las autoridades ni se inmutan”, lamenta Jordi, que ha salido media hora antes de lo habitual de casa para no llegar tarde al trabajo. Minutos antes de las 9:00 horas llega a Entença, entre resignado y cabreado. “Nos toman el pelo y la alcaldesa no hace nada para solucionar el problema del amianto. Ni se inmuta. Nosotros vamos apretujados y Colau, en coche oficial”.

El trayecto es incómodo. En Sagrada Familia, el andén también está repleto. En la siguiente parada, Verdaguer, una turista llora, desconsoladamente. Con una maleta en su mano, se queja. Parece ser que le han robado y dos miembros de seguridad intentan calmarla. La huelga del transporte público no es el único problema en Barcelona. Los delitos se han disparado: más de 500 al día en la ciudad.

ESPERAS DE 20 MINUTOS EN SAGRERA

En Sagrada Familia, el colapso es monumental. Similar al de Sagrera. A las 9:30 horas, los usuarios se desesperan. Hace 20 minutos que no pasa el metro en la línea 1, la roja. Para evitar los habituales empujones, en la estación hay unos 15 vigilantes y no menos de 10 trabajadores del metro. También hay mossos.

Un cartel anuncia que el siguiente tren no admite pasajeros



“Sales de casa preocupado y llegas al trabajo, cansado y cabreado”, desliza Laura, que trabaja muy cerca de la Torre Glòries. “Lo de TMB es una vergüenza. Los jefes tienen sueldos muy elevados y les importa tres pepinos que nosotros nos quejemos. Si tuvieran un poco de dignidad, se sentarían cada día a negociar con los trabajadores el problema del amianto para que nosotros no pagáramos las consecuencias”, insiste esta barcelonesa de 47 años.

RESIGNACIÓN Y CABREO

La estación de Sagrera es, en las jornadas de huelga, una de las más conflictivas. Por eso no es de extrañar que allí se hayan dado cita muchos vigilantes de seguridad, empleados de Metro e incluso el consejero delegado, Enric Cañas, para intentar controlar la situación.

Sin embargo, la afluencia de público es inevitable. Y el andén repleto, que obliga a cortar el paso, también. Los comentarios de muchos de los usuarios son de resignación. "Es intolerable, pero no podemos hacer nada", dice Joaquim, que a sus 68 años tiene la ventaja de que "estoy jubilado y no tengo que fichar en ningún lado".

Más molesta se muestra Aitana, que viaja con su hija de un año en un carro para bebés. Son las 9.30. "Me veo aquí hasta más allá de las 10", lamenta. "Tal y como van los metros, con el carrito no puedo entrar", se queja. La niña, cansada de tanta espera, llama la atención de su madre y la conversación llega a su fin.

Varios son los pasajeros que, hartos de la espera, abandonan la estación. Uno de ellos es Albert, que tras mirar el reloj desanda el camino. "Me voy, llevo aquí 20 minutos y solo falta que no pueda entrar", dice. Se va a trabajar, aunque en su empresa ya saben que llega tarde. "Siempre hay un responsable de esta situación, que se suele ir de rositas, y miles de paganos, que somos los usuarios", reflexiona. "Y si las cosas no se arreglan, la gente se cansara y ya veremos lo que pasa entonces", vaticina.

A partir de las 10:00 horas, teóricamente, el servicio del metro debía normalizarse.

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