Ha empezado la Semana Santa y algunos no están dispuestos a perderse unas vacaciones. Son esos que tienen la segunda residencia en la costa de Girona o Tarragona, o en el retiro dorado de La Cerdanya. Son pocos, a tenor de los datos del Servei Català de Trànsit. Nos dicen que el tráfico ha caído un 75% el viernes, un 89% el sábado y un 93% el domingo. O sea, que algunos aprovechan la circunstancia para huir del confinamiento, retando seguramente en su cabeza mal amueblada al Gobierno, sin darse cuenta que se retan a sí mismos y ponen en peligro a sus vecinos, amigos y, sobre todo, a su familia. Ha disminuido mucho el tráfico, pero los datos indican que un 25% se movió el viernes. Y muchos de ellos seguro que sacan pecho, contando su aventura porque han burlado los controles.

Algunos ayuntamientos costeros han protestado porque han detectado más visitantes de los debidos en sus mercados de fin de semana. Otros han puesto medidas, cerrando el paso a las zonas de segunda residencia con bloques de hormigón, amén de aumentar los controles. Algunos consistorios denuncian que este fin de semana se ha oído música a todo volumen y se olía humo de barbacoa.

El dato más escabroso lo ha dado el hospital de La Cerdanya. Su director ha denunciado que el 20% de los atendidos este fin de semana eran foráneos. Ante todo esto, el inefable Torra ha salido a la palestra con un tuit condenando por “insolidario” el gesto de ir a segundas residencias, para defender el confinamiento total porque “no es una manía, es la protección del bien más común, la salud, la vida”. Y se ha quedado tan pancho, como si la responsabilidad del confinamiento no fuera su responsabilidad. Se desconoce si Torra, el comentarista, ha hecho algo más que le correspondería a Torra, el president, como acentuar los controles tras hablar con su conseller de Interior. O informarse de si los pequeños hospitales comarcales de esas zonas podrían afrontar una situación de crisis. O, incluso, llamar a los alcaldes.

Y antes de esta situación, Torra podría haber hablado con la alcaldesa y los alcaldes metropolitanos que se han puesto a su disposición. La palabra clave, señor Torra, hubiera sido coordinación. En lugar de rechazar su ayuda con cajas destempladas, podría haber arbitrado un sistema para evitar ese éxodo irresponsable y gañán. Sin embargo, Torra ha preferido ponerse al nivel de los excursionistas de fin de semana porque él no lidera nada, se limita a poner a su propio gobierno en cuestión y levanta la estelada para culpar de todos los males a Madrid. Él no es responsable de nada, la culpa de todo es de Madrid, aunque es incapaz de que se cumpla el confinamiento.

En la otra cara de la moneda tenemos al Ayuntamiento de Barcelona. Se pueden, de deben, criticar sus decisiones, como se hace en esta columna, pero hay que reconocer que están a la altura. Jaume Collboni realmente está ejerciendo de número dos, y Ada Colau de alcaldesa, aunque de vez en cuando le sale la urticaria populista. Desentonan algunos en la orquesta como Eloi Badia, quien a nadie le extraña que sea incapaz de gestionar la crisis, o Gemma Tarafa, que se afana en hacer hospitales de campaña de dudosa utilidad, si tenemos en cuenta que, hoy por hoy, hay más altas que ingresos. Sin embargo, el consistorio intenta mover sus piezas superando unos primeros momentos de inanición.

De forma insuficiente, quizás, de forma un tanto anárquica, seguro, pero el Ayuntamiento de Barcelona se ha puesto las pilas e intenta dar soluciones dentro de sus competencias, aunque sean desagradables y dolorosas, como frenar las cremaciones. Si se compara con Torra, lo está haciendo de cine. Bueno, muchos dirán que eso es fácil, y no les falta razón. Es más, el consistorio está poniendo la mirada más allá, pensando en qué pasará el día después. Y hoy, la policía municipal cumple con sus obligaciones y hace controles para evitar el éxodo y garantizar el confinamiento. Hace lo que tiene que hacer.