Pásate al MODO AHORRO
Pintada en el metro de Horta / P. A.

Pintada en el metro de Horta / P. A.

Opinión

Subir al metro gratis

Publicada

Durante dos meses, aproximadamente, los barceloneses que quieran podrán subir al metro gratis. No a todos los metros, claro, sólo a los vagones ubicados junto a la Farinera del Clot, cerca de  Glòries, con motivo de la exposición que conmemora el centenario del metro barcelonés.

Los sesentayochistas decían que debajo de los adoquines de las ciudades había playas. Una afirmación que formaba parte de un futuro imaginario en el que cabían los sueños.

Aquellos jóvenes, muchos ya jubilados, prefieren hoy que en el subsuelo de Barcelona haya un metro que funcione. Y, ya de paso, que funcionen también los Rodalies soterrados.

Es la versión actualizada de aquel anuncio de 1988 en el que una pareja que en 1968 pretendía cambiar la vida invitaba 20 años después a cambiar la cocina.

Pero no es poco que la cocina sea cómoda y no es menos que el transporte urbano funcione. Una cocina en condiciones dice mucho. Por ejemplo, que su propietario dispone también de una vivienda, uno de los principales problemas (con la movilidad) de la Barcelona actual.

Metro de Barcelona lleva cierto tiempo mejorando sus servicios. Sin ir más lejos, los rótulos informativos de las estaciones son mucho más completos y ahora anuncian el tiempo de espera de los dos próximos trenes. También han mejorado los paneles de los vagones (cuando no emiten autopublicidad municipal).

Parece una tontería, pero indica que se tiene en cuenta al usuario. No siempre ha sido así. Un directivo de hace poco, de esos que se han jubilado con un espléndido plan de pensiones (sueldo en diferido, a costa del contribuyente), cuando se le indicaba que los paneles informaban mal respondía que el problema era que se ofrecía demasiada información. “Damos los segundos, en vez de minutos redondos como hace Londres”, replicaba.

Londres podría haber sido el modelo de no haberse quebrado la tendencia al alza de la antigua CiU: la privatización ferroviaria que ha llevado al caos. Artur Mas pudo dar un hachazo a la sanidad pública, pero no tuvo tiempo de hundir el metro.

Por cierto, en Londres algunas líneas férreas privatizadas están volviendo al redil público.

Después de todo, moverse es hoy indispensable: para trabajar, para estudiar, para consumir. El capitalismo necesita que funcione el transporte público.

Analizar lo que se ha previsto en la exposición de metros da cierta grima: una pasta en vigilancia y seguridad para evitar vandalismos.

Cuando los que se cuelan en este transporte aducen que es muy caro, deben dar las gracias a los que pintarrajean o rayan las instalaciones y los vagones. También a sí mismos. Unos no pagan y otros disparan las necesidades de limpieza y mantenimiento. ¡Y encima se quejan!

El vandalismo se está convirtiendo en un factor distintivo de Barcelona y del mundo actual. Hay vándalos hasta en algunos gobiernos, que hablan de imponer sus criterios por la fuerza o insultando a voz en grito o enviando a los disidentes a cualquier parte (por ejemplo, a abortar). Lejos de ellos, la funesta manía de dialogar y pactar. Lejos la idea del respeto a la diferencia.

Es ésta una sociedad invertebrada, que decía Ortega y Gasset. Y se podría añadir: ¡afortunadamente!

Ortega suspiraba por unas élites que dieran ejemplo y por unas masas que lo siguieran.

Hoy las élites dan muy malos ejemplos y suerte hay de que la mayoría de la población no las imita y se comporta con harta más sensatez que sus señorías (inclúyase a diputados, senadores y algunos jueces, que todos reciben ese tratamiento).

El vandalismo había descendido en Barcelona. Hubo un tiempo en el que hasta las celebraciones de los triunfos deportivos acababan con contenedores incendiados y altercados. Luego, algunos de estos pirómanos se reciclaron en el procesismo, que parecía justificar cualquier barbaridad.

Decaída esta causa, en la que seguramente tampoco creían, reaparecen para enajenar a parte de la población frente a una acción tan justa como la protesta por las masacres de palestinos.

No hay que engañarse: no les importa Palestina ni que funcione el transporte. Lo suyo es el caos.

No estaría de más averiguar los orígenes de esta rabia incontenida.