Barcelona tiene poder. Esa gitana hechicera a la que cantaba el inolvidable y más auténtico Peret... La Barcelona olímpica, la de los “amigos para siempre” magistralmente interpretado por las voces de Sarah Brightman y Josep Carreras, reinterpretado y popularizado con su inconfundible salero y a ritmo de rumba, por ese grupo que contagia entusiasmo y pasión, Los Manolos, felizmente recuperado para la causa musical.
La Barcelona que cambió su rumbo gracias a los Juegos Olímpicos de 1992. En esta ciudad mediterránea y cosmopolita, internacional y abierta, hospitalaria y quizá sin límites, siempre habrá un antes y un después de aquella fecha histórica de octubre de 1987. Juan Antonio Samaranch, a quien la historia por fuerza acabará poniendo en el lugar que merece, como presidente del Comité Olímpico Internacional deslizó el sobre donde se contenía el papel mágico que designaba a Barcelona como la sede que albergaría el magno y emblemático acontecimiento olímpico… A partir de aquel momento, nuestra ciudad se transformó. El esfuerzo en obra pública, elevadísimo, planteado como una inversión que cambiaría la fisonomía de la ciudad y la lanzaría “urbi et orbe”, costeada por el Estado, la Generalitat y la propia ciudad, fue impresionante.
¡Valió la pena! Estamos, sin duda, ante uno de los mejores ejemplos de lo que puede hacer la obra pública en pro de la economía no solo local sino regional y nacional. Barcelona 92 fue una muestra de la eficiencia del gasto público, de la visión de políticos que sabían muy bien lo que se tenía que hacer en pro del desarrollo económico, que supieron impulsar un capital intangible sin límites, con la comunión de una sociedad civil entregada en cuerpo y alma al empeño. Barcelona pasó a convertirse, con el paraguas de los Juegos Olímpicos, en una pujante ciudad europea, en un apetecible destino de empresas y gentes de todo el mundo, en un destino turístico por excelencia. Hoy, 25 años después, Barcelona sigue percibiendo a diario los dividendos de los Juegos.
Barcelona pasó a convertirse, con el paraguas de los Juegos Olímpicos, en una pujante ciudad europea, en un apetecible destino de empresas y gentes de todo el mundo, en un destino turístico por excelencia
Las Rondas pasaron a conferir a Barcelona un toque de urbanismo y movilidad excepcional, al que ya estamos más que acostumbrados. Con todos sus problemas circulatorios en horas punta, como en cualquier otra conurbación, pero también con todas sus innumerables ventajas que hacen de nuestras Rondas, en condiciones de normalidad, una vía rápida que permite un tráfico fluido conectando de maravilla no solo los extremos de la ciudad sino también sus salidas hacia los alrededores, a lo que es la gran área metropolitana y las comarcas aledañas.
La Meridiana dejó de ser aquel cuello de botella o tal vez ratonera donde todos nos atascábamos al salir de Barcelona. La Gran Vía y la salida hacia Castelldefels se descargaron de tráfico. Acceder al aeropuerto, después de años de contratiempos con la puñetera Pata Sur, es hoy un lujo de pocos minutos. Llegar al Baix Llobregat, un agradable garbeo de pocos minutos. La Diagonal se convirtió en una vía fluida, de tráfico dinámico y brioso. El tráfico por el centro de la ciudad se descongestionó gracias a las Rondas, haciéndose más ciudadano y toda una invitación al paseo urbano. Luego, el túnel de Vallvidrera abrió la gran Barcelona hacia el Vallés. San Cugat, definitivamente, se convertía en un barrio residencial – dicho sea en el mejor sentido - de Barcelona, con salida hacia el Vallés, acercando esos dos grandes núcleos urbanos que son Terrassa y Sabadell, poniendo muy fácil desplazarse hacia el corazón de Cataluña, Manresa.
La obra pública, bien entendida, correctamente diseñada, pensando en los réditos que a largo plazo reporta, es un factor determinante para el desarrollo de una ciudad. Barcelona, so pretexto de la celebración de los Juegos Olímpicos, no solo se modernizó, se abrió al mar, demolió obstáculos que la confinaban a vivir de espaldas al Mediterráneo, construyó nuevos barrios como la Villa Olímpica, remodeló su litoral para transformarlo en una especie de exaltación marina, sino que contagió a las otras poblaciones de su zona de influencia que cambiaron por completo su urbanismo, ayudándolas a crecer, impulsando su fuelle económico. L´Hospitalet, Cornellá, El Prat, Badalona, Santa Coloma de Gramanet, Sant Adrià e incluso Terrassa y Sabadell…
Los Juegos Olímpicos fueron la excusa perfecta para construir un aeropuerto de enjundia – lo que hoy es la T2 - que a los pocos años ya se había quedado pequeño dando pie a la imponente T1, en trance de próxima ampliación.
Evoco ese pasado, reciente aunque no lo parezca, porque una gran parte de lo que hoy es Barcelona, de su proyección mundial, de su posicionamiento en el plano económico, de su capitalidad incuestionable, vino de la mano de los Juegos Olímpicos. Si éstos no se hubieran celebrado en 1992, nuestra ciudad seguramente seguiría siendo aquella urbe un tanto apagada que no sabía mirar al mar, seguiríamos teniendo descuadres urbanísticos y faltaría esa luminosidad tan radiante que cada mañana nos contagia a los barceloneses de nacimiento y adopción a vivir apasionadamente nuestros días y momentos rabiosamente mediterráneos.
A veces, un acontecimiento de esa índole es definitivamente impactante para lograr una visibilidad internacional de primer orden. Seguro que muchos son los retos que, casi 25 años después de aquellos Juegos Olímpicos de 1992, Barcelona tiene planteados, desde luego que hay muchas cosas que mejorar, sin duda son inacabables los aspectos que retocar…, ¡claro que sí! Pero aquí está esta gitana hechicera, aquí están los amigos para siempre, aquí se vive y se disfruta del Mediterráneo, aquí se aprecia la calidad de vida singular de nuestra ciudad. Y es que Barcelona ¡tiene poder! ¡Amigos para siempre, para la eternidad, de por vida y no sólo un verano o una primavera! Friends for life! Amics per sempre! ¡Amigos para siempre en y desde Barcelona!