Las bicicletas no solo son para el verano. Ni para el campo. Barcelona cuenta ya con 141 kilómetros de carril bici y el Bicing, estrenado por Jordi Hereu hace 10 años, cuenta con 6.000 unidades convencionales y 300 eléctricas.
El uso de la bicicleta se ha multiplicado en Barcelona. Poco podía imaginarse Pasqual Maragall que este medio de transporte tendría un impacto tan sonado en la ciudad cuando, en los años 90, inauguró el primer carril bici en la Diagonal. El que une la plaza de Francesc Macià y el parque Cervantes. Amplio y cómodo, nada que ver con otros espacios mucho más recientes en los que no caben dos bicicletas que avanzan en sentido opuesto.
La convivencia de la bicicleta con el coche y las motos no es fácil en Barcelona. Tampoco su cohabitación con los peatones, sobre todo en algunas aceras. El uso de las bicis, según recalcan en la FAVB, es uno de los temas más polémicos de la ciudad, motivo de discusiones acaloradas en las que muchos habitantes destapan su perfil más agresivo. Las cacas de perro y la vivienda son otras cuestiones que alteran a los barceloneses.
La bicicleta, el medio de transporte más ecológico, sigue siendo un objeto extraño para muchos otros. En Barcelona todavía no existe una cultura global de la bici. Muchos reniegan de ella y de las malas praxis de algunos ciclistas, que se saltan los semáforos en rojo con la misma facilidad que hacen giros prohibidos o se suben en aceras estrechas concebidas para el paseo de los peatones.
Nada mejor que una salida en bicicleta para constatar algunos abusos. El pasado domingo, durante una excursión en bicicleta con mi hijo hasta la playa de Barcelona, pude comprobar que algunos ciclistas tienen complejo de Lance Armstrong y otros parecen emular una escapada de Bonnie and Clyde. Una amplia mayoría, sin embargo, respeta las señales de tráfico y prefiere disfrutar de un cómodo paseo en lugar de sortear obstáculos con la máxima velocidad posible.
Los usuarios del bicing también tienen motivos para quejarse. Los movimientos de algunos coches ponen los pelos de punta a más de un ciclista, aunque más frecuentes son los casos de peatones que cruzan la calle por donde les place (o con su semáforo en rojo) cuando no pasa un vehículo motorizado. Para muchos, las bicicletas no existen. La realidad es más compleja y, como en todo, la convivencia entre agentes distintos depende de una buena educación y del respeto mutuo.