Lunes es sinónimo de huelga en el metro de Barcelona. El pasado 3 de abril, los trabajadores del suburbano se plantaron ante la dirección de TMB tras estancarse las negociaciones por el convenio colectivo y los ciudadanos, una vez más, pagarán las consecuencias de un conflicto enquistado que salpica al gobierno municipal.
Los paros (tres, uno por turno) alteran la movilidad en Barcelona, habituada ya a medidas drásticas que en el pasado coincidieron con la celebración de un Barça-Real Madrid y el Mobile World Congress. Ahora, los representantes de las seis secciones sindicales del metro quieren atenuar su desgaste ante una ciudadanía que recientemente tuvo conocimiento de los elevados sueldos de los dirigentes de TMB. En los años más duros de la crisis, la retribución media de una veintena de directivos de la compañía fue de 133.700 euros anuales.
TMB, además, ha invertido mucho dinero en su nueva página web y en campañas promocionales para maquillar los problemas reales del transporte público en Barcelona. La congestión de los convoyes en las horas punta, las barreras arquitectónicas para las personas con movilidad reducida, los robos y la deficiente cobertura de internet son algunas quejas de los barceloneses que siguen sin solucionarse.
Mercedes Vidal, la concejal de Movilidad del Ayuntamiento y presidenta de TMB, sabe que gran parte de los 3.555 personas que componen la plantilla del metro esperan una respuesta a sus reivindicaciones. También debería saber que los ciudadanos reparten su malestar entre los trabajadores y los directivos, hartos de escuchar a unos representantes que se llenan la boca con convertir Barcelona en una ciudad sostenible y son incapaces de mejorar las prestaciones del transporte público.
Este lunes, los usuarios del metro volverán a indignarse y a familiarizarse con largas esperas y vagones abarrotados. Pagarán por su billete pero no recibirán el servicio que merecen. Esta es otra de las caras menos amables de Barcelona.