Jordi Rossell tenía 9 años cuando huyó de Barcelona. Como él, unas 475.000 personas cruzaron los Pirineos cuando las tropas franquistas completaron su triunfo en la guerra civil, en 1939. Le conocí cuando hace unos meses participó en una de mis clases de Periodismo Internacional en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Habló con sencillez y claridad de cómo se alimentó con gatos y de cómo se enterró en la arena de la playa del campo de refugiados de Argelers para combatir el frío. De cómo recuperó en el exilio a una madre que perdió al irse y a un padre que creía muerto en el frente del Ebro. Algunos de mis alumnos me dijeron que esa había sido la mejor clase que habían tenido durante la carrera. No pocos lloraron mientras le escuchaban.
Al final de la sesión quisieron fotografiarse con él. Con él y con el sirio Mohamed Bitari, que vive en Catalunya donde llegó hace unos años huyendo de la guerra que ha destrozado su país. Bitari, maestro, poeta y periodista, estuvo dos veces en la cárcel por su activismo contra el régimen de Bashir al-Asad. Le dijeron que si lo detenían una tercera vez no saldría con vida de la comisaría.
Pensaba en ello hace unos días cuando asistí, en los cines Girona, al estreno del documental “Amor, desamor y exilio”, de Anabel Campo. En él, podemos ver cómo reconstruyeron sus vidas en México cuatro refugiados españoles, uno de ellos barcelonés. En algún caso, esas vidas se desdoblaron en dos familias: la que dejaron en España y la que crearon en el país que les acogió. Son historias donde se mezcla la tristeza y la ilusión, las risas y las lágrimas.
En México les trataron mejor que a muchos de los millones de refugiados que han llegado en los últimos tiempos a Europa. El gobierno de Lázaro Cárdenas envió incluso barcos para llevarlos al otro lado del Atlántico. Ahora, muchos países europeos se hacen los remolones para acoger a los refugiados que han huido de la guerra, la inseguridad o la miseria en Siria, Yemen, Somalia, Irak, Afganistan y otros países asiáticos y africanos. Entre los días 5 i 8 de mayo se han ahogado en el Mediterráneo unas doscientas personas que buscaban refugio y futuro en Europa. El año pasado murieron más de 5.000 de ese modo.
A Jorge Rossell se le nublan los ojos cuando repasa esas cifras. ¿Y a quién no?