El verano se acerca y Barcelona sigue sin resolver sus dudas y recelos sobre el futuro del turismo en la ciudad. Los planes de Ada Colau chocan con los intereses de los hoteleros y otros agentes económicos, que abogan por la liberalización total del sector, mientras la ciudadanía está dividida sobre un asunto que hace unos años sólo suscitaba elogios.
El turismo requiere un pacto de ciudad amplio en el que intervengan todos los actores. La turismofobia que, según algunos, practica el Ayuntamiento tiene un impacto muy negativo en la imagen de Barcelona, pero también es cierto que deben atenderse y solucionarse las molestias que padecen algunos vecinos en puntos muy concretos de la ciudad.
Barcelona siempre había sido una ciudad de acogida, una urbe amable, con los turistas, demonizados por algunos sectores cada vez más radicalizados en los últimos meses. Un rechazo del que ya se hacen eco prestigiosos medios de comunicación internacionales y del que espera beneficiarse Madrid. La capital de España, curiosamente, siempre había envidiado el modelo turístico barcelonés, cuestionado ya en la etapa final del gobierno de Trias.
La Vila Olímpica, una de las herencias de la Barcelona del venerable Maragall, es uno de los barrios donde el turismo suscita más dudas, sobre todo el turismo de mochila o low-cost. Es lógico, pues, que sus vecinos estén en pie de guerra contra el Ayuntamiento, empeñado con mantener el macroalbergue (tramitado por el anterior gobierno) que acogerá a 440 personas.
Colau sostiene que el Ayuntamiento no puede comprar la instalación por 13 millones de euros, pero (hasta ahora) ha ignorado todas las propuestas de los vecinos de la Vila Olímpica, que rechazaron dicho equipamiento con el 97% de los votos en la consulta que se realizó esta semana. La misma alcaldesa que cuestiona el turismo de clase media-alta, de ferias y eventos culturales y/o deportivos, da luz verde a un albergue que puede pasarle factura.
El turismo no es el único foco de tensión del equipo de gobierno, que persiste con unir toda la Diagonal con el tranvía. Este proyecto requiere una solución para las Glòries, la plaza maldita de Barcelona, cuyas obras paralizó el Ayuntamiento de Barcelona. El pasado miércoles, en un debate televisivo, quedó patente que el futuro de las Glòries preocupa mucho a unos vecinos indignados y a una ciudadanía harta de tantas chapuzas. Laia Ortiz, la cara amable del gobierno, no supo qué responder cuando le preguntaron cuándo finalizarían las obras.