Esta semana he viajado desde Barcelona con la compañía aérea low cost transatlántica de moda, Norwegian, pero no me he ido a Los Angeles –esta compañía noruega es noticia estos días porque ofrece vuelos desde el aeropuerto de El Prat por menos de 180€ desde esta semana-, sino a Palma de Mallorca, a participar en la Fira del llibre de Palma y el proyecto de promoción de la lectura “Llegir és un vici” de Ratacorner.
Todo normal: con una sola maleta de mano, largas colas, apretujamientos, calor sofocante y el pago desbordado por servicios como un agua, una maleta de más, wifi o la simple selección de asiento.
El modelo de bajo coste revolucionó la manera de viajar, sí. Antes, el pasajero podía escoger su silla por orden de llegada, servían bebidas gratis, las maletas en bodega venían incluidas en el billete.... Ahora ha de pagar por todo –imprimir el billete si te olvidaste de hacerlo en casa puede llegar a 60€- y es lo que hay. Porque funciona. Este verano desde El Prat habrá 1,3 millones de asientos más de este tipo.
También este fin de semana he viajado con la irlandesa Ryanair, la low cost de siempre, y de momento constato que es la que mejor explota el lowcostismo, pues son los más experimentados. Destaco su ansia por vendernos continuamente algo más que el billete, creo que se están pasando un pelín, a ver qué opináis: en la web cuesta encontrar un espacio sin banners ofreciendo de todo y, una vez que el vuelo ha despegado y alcanzada la altura de crucero, se inicia una insufrible venta a bordo del catálogo de productos Ryanair por parte de auxiliares de vuelo de las que no puedes escapar.
Bien en persona, o bien a través de la megafonía a todo volumen, y sin sonrojarse un ápice, azafatos y sobrecargos ofrecen incluso boletos de lotería Ryanair de rasca y gana. Sí, he alucinado. Y no una vez, no, varias. Sin apenas descanso, intentarán convencerte de que por 2€ tienes una oportunidad única de ganar premios como dinero en efectivo, un coche o el premio especial de un millón de euros… Nadie se dio por premiado, con llegar al destino nos basta… Un día de estos se prohibirá esta apología de la ludopatía entre nubes, o eso espero, aunque quizás sea una ilusa y la cosa vaya en aumento en los próximos años y sea lo correcto, ya no sé qué pensar.
Me falta viajar en Level, la otra low cost recién instalada en el aeropuerto de Barcelona, para terminar de valorar el panorama, pero por lo que leo sobre sus propuestas no encuentro motivos para ser muy optimista, más de lo mismo, y eso que suelo ver la botella medio llena de forma espontánea.
Concluyo simplemente que el Prat ha perdido en comodidad y seriedad, qué queréis que os diga. ¿Y por qué lo digo? Este pasado fin de semana nos agruparon en la puerta de embarque durante hora y media sin informar de qué causaba el relevante retraso, permanecíamos de pie y cansados y ni una profesional disculpa, mientras casi todos los que me rodeaban no paraban de comentar en varios idiomas que este aeropuerto parece cada vez más desaliñado y su funcionamiento más desordenado. Locales cerrados, cintas que no funcionan, laberínticas distancias que hay que recorrer sorteando enormes stands de bebidas alcohólicas y cosméticos… “¡Nos tratan como a ganado!”, perdía los nervios una señora mallorquina como yo que hasta ese momento parecía de lo más tranquila, a lo que un jovencito con perilla respondía “¡No sirve de nada reclamar, señora, es lo que hay!”, aplaudido por unos vascos que se habían sentado en el suelo como si de una acampada se tratara.
Ese “es lo que hay” viene acompañado de anuncios de crecimiento de compañías low cost transatlántico este verano desde Barcelona sin las mejoras precisas para que el servicio no se resienta. Nos venden cada vez más, pero a la hora de la verdad tenemos cada vez menos. Que se lo digan a los que llevaban billete preferente: esperaron de pie la misma hora y media que el resto de pasajeros.
¿Qué pasa con El Prat? Por las cristaleras vemos una obra titánica desmontando ese pasillo elevado que enlazaba las terminales, el ruido infernal no impide que los reunidos frente al mostrador de embarque vayamos comentando noticias recientes como el colapso del aeropuerto de El Prat a principios de mayo, esas colas de hasta tres horas en los filtros que hicieron perder vuelos, las carencias de la policía en Cataluña que obligaron al Ministerio del Interior a reaccionar, sacando a 144 policías de distintas comisarías y colocándolos en el aeropuerto. Aún les están formando, y lo mismo sucede con el nuevo personal de las low cost recién instalado en El Prat. Está pendiente la construcción de una terminal satélite que aún no tiene fecha ni presupuesto, así como la adjudicación de todos esos locales cerrados que hemos visto en la T2 o la remodelación del ala de la T1 para poder acomodar allí aeronaves de gran envergadura como Boeing 777 o Airbus A380… Todo en la lista de “pendiente”, como la hora de embarque de nuestros vuelos en las pantallas, mientras los trabajadores de tierra del aeropuerto están organizando una huelga para protestar por la precariedad de su situación laboral porque. Según ellos, AENA está pendiente únicamente de su cuenta de resultados y no del interés general de los pasajeros y el personal.
La conclusión a la que llegamos antes de embarcar –al final sólo llegamos una hora tarde- es desalentadora: sean los que sean los que deciden –las compañías, AENA, el gobierno- el crecimiento de tráfico del aeródromo choca con sus limitaciones y van poniendo un parche tras otro, pero hay problemas y colas en muchos otros lados de El Prat, no sólo en los controles, las cafeterías con bocadillos a 8€ y en las puertas de embarque. Algunas tan relevantes como la de la torre de control; desde 2006 no se ha aumentado la plantilla de controladores aéreos -¿para cuándo será la próxima huelga?-, pero sigue en aumento el número de vuelos, así que no hace falta ser un experto para darse cuenta de que el caos general en estas condiciones sólo puede ir en aumento.
En fin, volaremos más y peor este verano, de nuevo, a sabiendas de que a este paso El Prat tiene toda la pinta de que renovará ese récord del verano pasado: ser el tercer aeropuerto más impuntual y “complicadito” de Europa.