Vivo en la calle Llull por detrás de la Villa Olímpica. Es una zona de tránsito entre el ambiente lúdico y festivo de la playa y la parada de metro de Bogatell y algunos de los muchos hoteles que tenemos en nuestra ciudad. En las calles cercanas a mi domicilio abundan las discotecas y bares musicales, incluido el afamado Razzmatazz.
Es habitual, por tanto, que en determinadas noches de cada semana haya gente que la emprenda a gritos o golpes con las paredes o las persianas de las empresas y comercios que operan allí.
Los vecinos estamos acostumbrados y sólo avisamos a la policía municipal cuando algún grupo se entretiene demasiado rato dando voces debajo de un bloque de pisos o si los gritos se convierten en peleas o violencia contra el mobiliario urbano, coches incluídos.
Hace unos días han aparecido unas banderolas en las farolas del entorno en las que se recuerda a los ciudadanos que “Aquí se habla, no se grita” y “Aquí nos gusta soñar de noche”. Y al lado de ellas, otras rezan “Con respeto, compartamos Barcelona” y “En silencio, compartamos Barcelona”.
Me parece mucho pedir. Entre otras razones, porque muchos de los que regresan armando jaleo a sus casas u hoteles son ciudadanos de otros países, poco interesados en leer lo que hay escrito en esas banderolas. A saber si lo entenderían y a saber si las verían, teniendo en cuenta que a esas horas la luz no es muy abundante.
Parece una de aquellas campañas dirigidas a demostrar que se es consciente del tema pero que, en el fondo, reconocen que es imposible meterle mano de verdad.
No muy lejos de mi domicilio se intenta construir un albergue juvenil que ha levantado una considerable oposición vecinal. Referéndum popular incluido, con un resultado abrumador contrario a su puesta en marcha. Con una participación discreta, eso sí.
Y a mí que me da que es más fácil evitar el ruido que preocupa a los vecinos del futuro albergue que el de los y las ciudadanos que les da por gritar debajo de mi casa. Cerca de un albergue se puede poner un servicio de seguridad que garantice el comportamiento cívico de quienes lo usan. Requerirlo todas las noches en las varias manzanas por donde transitan y gritan las personas que salen de juerga entre jueves y domingo me parece más impensable.
Total, que tenemos banderolas pidiendo silencio y fiesteros que las ignoran.
Aquí se habla, se grita y casi nunca llega la sangre al río.