Cuando subieron al avión que debía trasladarlos desde Barcelona a la capital de Senegal, Dakar, los pasajeros se encontraron con una sorpresa. En la última fila se sentaba un joven africano, entre dos ciudadanos que le custodiaban. Resultó que era un ciudadano senegalés que iba a ser deportado a su país porque las autoridades españolas consideraron que no tenía derecho a vivir en el nuestro. El joven empezó a gritar que no quería que lo deportasen ante la sorpresa de los pasajeros. Se abrió un debate entre ellos. Unos exigían que ese joven y sus acompañantes –policías evidentemente– abandonaran el aparato. Otros proponían ignorar el problema y realizar el viaje como si nada.
No pudo ser. Tras hora y media de discusiones, con buena parte de los pasajeros de pie junto a sus asientos o en el pasillo central, el comandante decidió desalojar el avión. Se trasladó al ciudadano deportado, a los policías y a los pasajeros a otro avión de la misma compañía, Vueling, mientras en tierra se quedaron once de ellos, acusados de promover el motín.
No hay noticia de si el joven senegalés siguió durante todo el trayecto hasta Dakar. Sí se sabe que la compañía ha optado por tirar tierra sobre el asunto y dejar volar en ella a los once ciudadanos díscolos a los que amenazó con impedírselo para siempre. Algunos de ellos ya están en Senegal.
¿Tenemos que prepararnos para situaciones similares cuando nos subamos a un avión que viaje a algún país del que proceden migrantes que quieren venir a Barcelona?
Pocos días después del conflictivo viaje a Dakar, otro avión tenía previsto llevarse a decenas de ciudadanos de Guinea Conakry de vuelta a su país. En este caso, se trata de un vuelo no comercial. Los gritos de protesta de los deportados solo los escucharán los policías que los acompañen y el personal de vuelo.
El turismo es una gran fuente de ingresos y riqueza para Barcelona y el conjunto de Cataluña y España. Abrimos de par en par las puertas de nuestros negocios a millones de turistas que vienen a dejarse sus buenos dineros en nuestros bares, comercios y hoteles, y se las cerramos a quienes vienen en busca de una vida digna.
No es como para estar muy orgullosos de nuestro papel en esta triste realidad.