Agosto asoma el hocico con su promesa de descanso. Para algunos es el mes sinónimo de vacaciones. Para muchos, otro mes de angustia, privaciones, carestía. Los privilegiados gozarán de ese tiempo que se promete sin límites, flexible y agradable al tacto. Ver cómo pasar el día con algo que llevarse a la boca o repasando los anuncios de empleo será la ocupación de muchos otros. Así que cuidadito con la creencia de que agosto es una delicia de ocio y esparcimiento para todo el mundo, que en la Barcelona del siglo XXI hay mucha necesidad y sobra miseria.
Agosto es, para los dueños del tiempo libre, un mes apto para la lectura relajada. Sin embargo, el español lee poco y en muchos casos, nada. Lo afirman las encuestas: según el barómetro del Centro de Estudios Sociológicos de junio pasado, poco más de un 42 por ciento dedica su tiempo a leer diarios, revistas o cómics; ni una referencia a los libros se halla en ese estudio del CIS. Dicho de otro modo, casi el 60 por ciento de este país no lee.
Las estadísticas aportadas por organismos tan interesados en la materia como la Federación de Gremios de Editores de España no son más optimistas. Y la progresiva merma en las ventas de los diarios de papel y la práctica desaparición de los periódicos de distribución gratuita ratifican que el viejo lector se halla en retirada.
Hay, claro, una segunda lectura: la proliferación del lector online, en sus múltiples versiones. Después de siglos de ocupar una posición pasiva, el lector actual puede, por fin, tomar la palabra. El cuadrito que invita a dejar un comentario, habitual al pie de las informaciones en las publicaciones digitales, abre el acceso a un canal de expresión que antes de la creación de internet estaba limitado a lo epistolar. Pero, claro, el tiempo del papel no es igual al tiempo de internet, acelerado por el turbocapitalismo. Opinar, dejar un comentario, participar, es siempre una manera de tomar la palabra, asunto que entre el lector de prensa español, marcado por cuarenta años de silencio forzoso, agradece con fervor participativo. Sin embargo, lo que podría ser un intercambio de opiniones deriva con frecuencia en meras shitstorms, tormentas en un vaso de agua que incluyen la descalificación del otro y, lejos de vincular, producen idéntico ruido en un sentido o en otro.
Dicho de paso, la mayoría de quienes opinan en los medios digitales no pasa de leer el titular de la información, empujado con fuerza por una pulsión a evacuar su opinión, tan necesaria para el curso de la Historia.
Leer no se limita a pasar la vista sobre el papel impreso o la pantalla. Leer es abrir un campo de pensamiento, abordar un texto y dejarse abordar por él. Como acto intelectual, está íntimamente ligado al gozo; es, pues, una experiencia libidinal. Leer implica ser seducido por la palabra, por un otro que jamás nos dejará solos mientras leamos. Leer es descubrir ese nosotros que incluye todo relato, algo que moraba ahí, ignoto, y que ahora nos inquieta, apasiona, arroba, seduce, molesta, excita. Porque un texto no es tal cosa sin la figura del lector, igual que no hay lector sin la presencia de un texto.
Feliz agosto, a los privilegiados y a los desposeídos.