Pasadizo del Metro en Urquinaona. Mucha gente. De repente una voz potente. Un grito: “¡Policía!”. Solo uno basta. El turista se palpa un bolsillo de las bermudas. Se da cuenta de que le falta la cartera. A mi lado pasa corriendo un hombre joven y fuerte. Alcanza a un chico que anda como absorto. El hombre le coge por el brazo y se lo lleva donde el turista. El chico le deja hacer. Es una escena rutinaria. Normal para casi todos. Menos para el turista, que no parece excesivamente preocupado por el incidente. ¿Cuántas veces habrán retenido a ese chaval? Un ratero más. La gente sigue yendo en busca del andén para hacer trasbordo o saliendo a la calle. Son cosas que pasan en la ciudad. Nos hemos acostumbrado a ellas.
También nos hemos acostumbrado a las ratas. Hace unos días, el Ayuntamiento anunciaba que está elaborando un censo de ellas para tenerlo listo el año que viene. En 2018 sabremos a cuantas tocamos por ciudadano. La comisionada de Salud, Gemma Tarafa, nos explicó que “los roedores no son un problema de salud pública en la ciudad, ni lo han sido en los últimos años”. Están ahí, las vemos a veces en el mismo Metro donde actúan los rateros y nos divierten más que espantan o preocupan. El año pasado diez personas estaban encargadas de diezmar esa colonia. Hicieron 12.500 intervenciones. A partir de noviembre habrá diez personas más dedicándose a envenenar ratones oficialmente. Dudo de que ninguna campaña de change.org salga en su defensa, como lo hace a favor de gatos o perros. En el subsuelo de Barcelona siempre ha habido roedores y hemos asumido que siempre los habrá.
Ratas y rateros forman parte de nuestra experiencia y vivencia barcelonesa.
Uno tiende a pensar que sería más fácil y es más urgente acabar con los robos en nuestra sociedad. Bastaría en que no hubiese gente que tuviese dinero de sobras para viajar por el mundo mientras otra no lo tiene para comer o vivir con dignidad. ¿Nos acostumbraremos algún día a vivir en esa sociedad?