Dos frentes han situado a Barcelona y a sus gestores ante una crisis crucial, puesto que erosiona a una de sus principales induistrias: el turismo. Por una parte, la huelga encubierta de los empleados de la empresa de seguridad del aeropuerto de El Prat; por otra, los ataques indiscriminados a instalaciones o transportes frencuentados por turistas. Con el grave perjuicio que ello supone para el crédito internacional de Barcelona, la reacción de Ada Colau ha resultado contradictoria.
Mientras la alcaldesa responsabiliza al Estado en el primer caso, por la falta de competencias locales sobre los aeropuertos, no asume totalmente parte de su responsabilidad en el segundo, dada la tibieza que ha mostrado, en general, frente a los movimientos antisistema, con todos los derechos para expresar sus opiniones, por supuesto, pero no para pisotear los de los demás.
Para Colau, todo sería más sencillo si fuera la propia Barcelona la que tuviera competencias sobre todo aquello que le afecta, como si reclamara la creación de una ilusoria ciudad-estado, con escaso sentido en el entorno catalán, español y europeo. ¿Significaría eso que arrebataría competencias al Estado pero también a la Generalitat?
La fórmula, aparecida en la antigua Mesopotamia y desarrollada con posterioridad en la Grecia clásica o hasta en la era medieval y el Renacimiento, se mantiene en la actualidad para casos muy específicos, como Ciudad del Vaticano, el Principado de Mónaco o Singapur. Otras ciudades a las que en algunos foros de mantiene bajo esa denominación, como Berlín o México DF, no son competencialmente todo lo independientes que desearía Colau.
Con independencia del debate soberanista, Barcelona necesita de un estado con el que debe establecer una relación bidireccional, como el resto de las ciudades. Al contrario que Francia, un estado centralista donde los ayuntamientos tienen un poder mucho mayor, en España ello es más complicado puesto que el desarrollo autonómico ha descapitalizado también a los poderes locales, no sólo estatales. Por tanto, nos encontramos ante una relación triangular, más compleja.
Barcelona le debe mucho a la herencia de los Juegos del 92, que no habrían sido posible sin el apoyo del Gobierno central y la Generalitat, y lo mismo necesita ahora en su apuesta por albergar la Agencia Mundial del Medicamento. Son necesarios una ciudad y un Estado. Lo contrario es el aislamiento.