Las alcaldías de Madrid y Barcelona tienen una dimensión supraurbana que convierte a sus ediles en personajes clave de la vida política nacional. Ocuparlas implica, pues, un sentido del equilibrio que Ada Colau ha perdido en un momento que exige la máxima responsabilidad institucional, además de altura moral. La alcaldesa es fruto del consenso de una izquierda con diferentes interpretaciones frente al referéndum del 1-O, para empezar por el apoyo de los cuatro concejales del PSC. Una vez al frente del consistorio, no es únicamente alcaldesa de quienes le votaron, sino de todos los ciudadanos de una ciudad dividida frente a la escalada soberanista. Ello aconsejaría más equidistancia por su parte, la recomendable siempre con el gobierno de la Generalitat. A Barcelona le ha ido bien de esa forma, desde los tiempos de Maragall y Pujol, en un tenso equilibrio que Colau puede desbaratar.
Entre los alcaldes que se oponen al referéndum hay una mayoría de izquierda, en concreto del PSC, hecho que debería contribuir a una toma de posición, al menos, neutral, como primera edil de Catalunya. Las presiones por parte de la Generalitat o los escraches a los que algunos alcaldes son sometidos resultan intolerables en una democracia. Hay quienes creen algo similar acerca de los alcaldes pro referéndum que son citados por los jueces, aunque en este caso la diferencia es que es con la ley en la mano, la ley que emana de una Constitución de consenso. Cambiarla urge, es cierto, pero no con amenazas.
Núria Marín, alcaldesa de la mayor población del cinturón de Barcelona, l'Hospitalet, es quien ha ejercido ese liderazgo que se echa de menos en Colau, al pedir a Puigdemont que se deje a los alcaldes en paz. Pertenece al PSC, partido que apoyó a la edil de Barcelona y que ahora se encuentra en una contradicción más de la que es culpable. Con la desaparición del extinto PSUC, despues de la Transición, el PSC recogió el voto de las clases trabajadoras en el cerco industrial de Barcelona, pero las abandonó en su representatividad, en su cultura y en su lengua, al sucumbir al maniqueísmo nacionalista en la era Pujol. Por no ser señalado entonces, ahora no sabe exactamente qué es y a quién apoya. Incapaz de sostener una alternativa en los últimos años, ha favorecido la aparición de Ciutadans y se ha entregado a pactos de gobernabilidad, como el extinto tripartito de la Generalitat, que son como el souflé. Colau es la guinda del último, pero los tiempos están para algo más consistente.