Si usted es un rojo separatista no se le ocurra asomarse por Casa Fuster. Si lo citan en la terraza con la excusa de que es uno de los pocos sitios que quedan en la ciudad en los que medianamente te saben servir una copa sin tener que ser interrumpido por conocidos a cada sorbo como en el Dry Martini, niéguese en rotundo. Porque usted, por rojo y separatista, no tiene derecho a saborear un gin-tonic, disfrutar de unas espléndidas vistas del Passeig de Gràcia y de una interesante conversación. No importa que le inviten o que haya ahorrado para pagar tan delicioso manjar (unos 12€, si no recuerdo mal), el pecado siempre será el mismo. No se le ocurra demostrar que dispone usted de capital (Dios mío, qué le diría Marx) para pagarlo, eso sería aún mucho peor. ¿Cómo se atreve a defender los derechos del vulgo mostrándoles que pueden alcanzar estados y prácticas orgásmicas que culturalmente les fueron prohibidas? Usted, por rojo, separatista y revolucionario, no tiene derecho ninguno al lujo. Y no se lo digo sólo yo. Ni siquiera es por la deferencia que ha tenido Xavier García Albiol -más dado a la casposidad que ofrece el Majestic o la lujuria del Titus y el reggaeton- al recordarle a usted, rojo y separatista, cuáles son sus límites de gozo en esta vida: "Líder CUP después de manifestarse frente TSJC x la opresión de España, en un hotel 5*GL reponiendo fuerzas revolucionarias". Es algo intrínseco. En la naturaleza de las cosas, sepa que los lujos y comodidades de la vida pertenecen sólo a unos pocos.
Inventando, por supuesto. Pero tremendamente efectivo desde hace siglos en ese objeto por someter y desacreditar al pobre y a todo aquel que desee defenderlo. Ya desde la antigua Roma, las Leyes Suntuarias han servido para regular la diferenciación social basándose en la indumentaria y las costumbres referidas al ocio. De este modo, se impedía formalmente que los individuos ajenos a una clase privilegiada pudieran emular o aspirar a una mejor categoría social a través de la apariencia (porque la sangre azul, al derramarla, al final se vio que no era tal). Y es por esta herencia tácita que todavía hoy cualquier artículo preciado o de lujo se observa por todos (sea el observador pobre o rico, de izquierdas o derechas, unionista o separatista...) como algo impropio de las clases inferiores y medias y de quienes deseen representarlas, tengan o no rentas para alcanzarlo (seamos conscientes del desdén que le reservamos al "nuevo rico"). Las Leyes Suntuarias, condena y maldición eterna, son hoy nuestros sentimientos de culpabilidad por desear aspirar a más ("han gastado/protestado/leído ustedes por encima de sus posibilidades"), pretender igualar por encima en vez de por abajo.
El lujo, no la ostentación, empieza cuando acaba la necesidad. Por eso, esta capacidad de "exceso y abundancia innecesaria" que implica el concepto de lujo lo definimos periódicamente, en consonancia a las carencias sociales de cada época. Y hoy, en Catalunya, sorprendentemente el lujo no es tanto irse a tomar de vez en cuando una copa al Fuster o al Mandarín como poder votar. Porque creen los mediocres, de derechas e izquierdas, que el auténtico lujo es lo contrario a la pobreza, cuando siempre lo ha sido a la vulgaridad, el analfabetismo y la libertad.