Nuevo discurso institucional. Sí, otro. Después del de Rajoy, Felipe VI y Carles Puigdemont, le ha llegado el turno a la alcaldesa de Barcelona. Y aunque nadie la esperaba, parece ser que hay políticos a los que les encanta ser el muerto en el entierro. Sin embargo, alguien debería explicarle a Ada Colau la diferencia entre un discurso institucional y convocar a la prensa para leer un comunicado -de cabo a rabo y que podía haber colgado en Facebook como ha hecho en otras ocasiones. Si pretendía frenar el choque de trenes y tranquilizar y reconfortar a los ciudadanos ante la tormenta que se cierne mañana sobre la capital catalana, su rostro desencajado, la falta de luz y otros errores en la puesta en escena han acabado provocando más inquietud.
Parapetada El rey y Puigdemont prefirieron la comodidad y cercanía que aporta el telepronter (permite no apartar la vista de la cámara y así hablarle al ciudadano de tú a tú). Es cierto que Rajoy leyó incluso su propia presentación ("Como presidente de los españoles, de todos los españoles"), pero no sostenía los papeles en alto evitando la sensación de lejanía y distancia. Entre la alcaldesa y el espectador habían hoy demasiados obstáculos para que la comunicación (no verbal) fluyera y resultara clara. Además del atril, los folios levantados, la presencia del micro y el vaso de agua han funcionado como una especie de trinchera en la que se escudaba para no ser blanco del fuego enemigo y poder disparar mejor contra la DUI de Puigdemont y el 155 de Rajoy .
Abatida Al sujetar los folios y no dejarlos apoyados sobre el atril (cometido principal del objeto), se la ha percibido nerviosa (tembleque). También triste y abatida -ha acabado la declaración con una caída de ojos y una sonrisa invertida, hacia abajo, de rendición y agotamiento. Emociones totalmente naturales estos días pero si su objeto era tranquilizar a la ciudadanía con su propuesta debía haber transformado sus sentimientos en esperanza (mirada de seguridad, confianza, optimismo...). Si a todo esto le sumamos la oscuridad que inundaba el recinto; la sensación de penuria, depresión y hostigamiento era excesiva.
Guerra y paz En su discurso verbal ha pedido "abandonar las trincheras y el lenguaje belicista de los valientes, los derrotados y los vencidos". Pero cuando ha pronunciado la palabra "derrotados" se le ha escapado un gesto de carácter dominante que contradecía en cierto modo su demanda: golpe seco para reordenar los papeles (algo más suave que un golpe de puño en la mesa pero demasiado contundente cuando estás solicitando concordia y calma).
En el fondo Después del desafortunado retrato de Carlos III en el discurso referido a Catalunya de Felipe VI, podría parecer que cualquier otro fondo nunca será tan nocivo. De ahí que a Puigdemont se le aplaudiera la presencia de una puerta entreabierta a sus espaldas, interpretándola como una invitación al diálogo. Sin embargo, al hacer su entrada apareció primero una sombra alargada. Uno no sabía si quién iba a personarse bajo el umbral era el president de la Generalitat o un Piolín. Y aunque el suspense y la intriga sean un elemento narrativo característico para el relato del Procés, mejor que el actor político tenga siempre las espaldas perfectamente cubiertas por una pared o un elemento firme y sólido. Quizá al equipo de Ada Colau le gustó la idea de supuesta apertura escenográfica de Puigdemont y ha pretendido emularlo. Pero cualquiera puede comprender que, aunque se tratara de una sencilla conferencia en una biblioteca, colocarse de espaldas a un pasillo por el que vayan paseándose, deteniéndose y charlando grupos de personas y fotógrafos nunca será la mejor localización porque distrae, despista, alerta e inquieta.