Muchas veces los barceloneses nos preguntamos el porqué del atractivo turístico de Barcelona. Nos hemos acostumbrado a convivir con una extraña combinación de belleza, funcionalidad y magia. Y nos preguntamos por qué, con una política municipal anti-turística, la gente sigue viniendo y vienen cada vez más. ¿Qué tendrá Barcelona que ni siquiera tienen Londres, Roma o París?
La respuesta es fácil de formular, difícil de explicar, y no la he visto escrita en ningún sitio: “Barcelona ha sabido conectar el espacio público con el espacio privado.” La frase ya suena a política, pero no lo es tanto. Es una mezcla de lo histórico, lo político y lo físico. Me explicaré mejor, pero tiene mucho que ver con la idea de ciudad que Pasqual Maragall tuvo en la cabeza en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1992, aunque no fuera sólo por eso. También tiene que ver con la reciente ruptura entre Ada Colau y el PSC en el Ayuntamiento. Veamos.
José María de Porcioles Colomer fue, entre 1957 y 1973, el último alcalde de la época franquista en sentido estricto. Me salto otros alcaldes hasta Narcís Serra, el primero de la época democrática, porque más allá de Porcioles existió el “porciolismo,” con su desarrollismo urbano y la notable proyección de la ciudad como sede de ferias y congresos. Con el propósito de recuperar la idea de la "Gran Barcelona", durante los dieciséis años que ostentó el cargo de alcalde, la ciudad creció a un ritmo muy fuerte para poder absorber la inmigración del resto de España.
Es muy útil dar un salto histórico entre Porcioles y Pascual Maragall para comprender la Barcelona de Ada Colau en su actual fractura con el PSC. Maragall fue alcalde entre 1982 y 1997 pero, a diferencia de su antecesor Narcís Serra y sus sucesores Joan Clos y Jordi Hereu, todos del PSC, “Maragall fue Barcelona y Barcelona fue Maragall.” Desde entonces, hay una parte del atractivo de Barcelona que pertenece al modo socialista, y no sólo social-demócrata, de hacer ciudad. Xavier Trias, entre 2011 y 2015 y siendo de CiU, hizo esta misma política urbana socialista teniendo, paradójicamente, a los socialistas en la oposición. Desde Pasqual Maragall sólo hay una forma de gestionar Barcelona: “socialísticamente.”
La marca del PSC sobre Barcelona ciudad nunca ha sido política sino física. Consiste en establecer una especial relación entre espacio público y privado, y en gestionar bien sus intersticios. Maragall inventa un modo de gestionar Barcelona que conecta el espíritu olímpico griego con la postmodernidad, y lo hace apelando a la aventura mítica de Ulises en el Mediterráneo y al Rómulo de Plutarco que funda la ciudad romana. Luego, con el románico musealizado en el MNAC, empalma con el espíritu de Santa María del Mar y la Sagrada Familia y se planta en la torre Calatrava, el pez de Frank Gehry, el mercat de Santa Caterina y la Avinguda Icària de Enric Miralles. Maragall entiende bien el “Prohibido Prohibir” del Ensanche de Cerdà porque sabe que hacer Barcelona es una aventura horizontal, lejos de la complicidad con los manteros y la agresividad con las terrazas. Para él el espacio público no es ni del ayuntamiento ni de los graffiteros: es de los ciudadanos. Por eso, desde el punto de vista de la eficacia de la gestión urbana, Barcelona es “filosóficamente socialista.”
La fractura de Ada Colau con el PSC no es un tema sólo de aritmética política sino que puede afectar al corazón del ADN de Barcelona que, como ciudad, debe ser gestionada “socialísticamente.” Se ha hablado de Colau como de la “emperatriz de la ambigüedad.” Su piel blanca, su pelo alisado y su franca sonrisa le dan aires de nodriza gallega: inspira confianza. Su perfil recuerda a veces al de una Dama de Elche, si no fuera por sus tejanillos y los jerséis holgados, que poco representan nuestra elegancia barcelonesa. Parece que Barcelona en Comú sólo entienda ese elemento intersticial graffitero, mantero y pancartero, entre el activismo y la antiglobalización.
Frente a la aceptación del Artículo 155 por parte del PSC esta vez parece como si, entre Barcelona y la independencia, Ada Colau haya escogido la independencia. Sin embargo, ningún alcalde de Barcelona debe olvidar qué es lo mejor para la ciudad. Porque sea como sea, Barcelona ha sido y será siempre la capital de Catalunya.