Mi padre estuvo en la Modelo, preso durante unos meses, las Navidades del 64, después de que la Social, la Stasi del franquismo, encontrara la letra de la Internacional traspapelada en un Quijote que reposaba sobre las estanterías de nuestra casa, frente al Parc Güell. Fue de los pocos libros que no se quemaron a toda prisa. Habíamos regresado de Ginebra, donde nací y donde mi familia había acudido a trabajar como se desplaza un clan. Era la emigración de la época. Las inquietudes llevaron a mi padre a formar parte de la junta directiva del centro cultural español de Ginebra, donde conoció al poeta José Ángel Valente, a la cantautora chilena Violeta Parra o al dramaturgo Lauro Olmo, el autor de La Camisa. Un infiltrado de la Social pasó la información a España y, a su vuelta, lo detuvieron en su trabajo, registraron la casa y lo llevaron a la Modelo.
Pasó unos meses sin que pudieran probarle militancia o delito alguno y lo soltaron. Jamás se avergonzó, ni se jactó de ello, según fuera la época, y tampoco quiso reclamar las indemnizaciones que ofreció ya en democracia la Generalitat a los presos políticos del franquismo. Estuvo en la galería de los 'políticos', como se le llamaba, diferente a la de los presos comunes o los homosexuales, según me explicó. Con los primeros compartían espacios comunes; con los segundos, estaba prohibido.
Cuando era un niño y adolescente, solía acudir a la calle Entença y me quedaba de pie durante largo rato frente a los muros de la Modelo. Recuerdo a Xirinacs sentado a su puerta, en los últimos años de la dictadura. Desde que vivo en Madrid, he vuelto a hacerlo de regreso a Barcelona. Imaginaba cómo habría sido la vida de mi padre en una de sus galerías. Hemos hablado mucho de su paso por la cárcel, porque nunca fue un tabú en mi casa. A pesar de sus convicciones y de su condición de preso político, me ha explicado muchas más anécdotas de presos comunes, personajes propios de un hábitat que desconocía, vidas que, en su mayoría, desconocían la verdadera vida.
El afeitado a navaja lo hacía un reo que cumplía cadena perpetua por haber degollado a su mujer y a su amante. En el patio, las formaciones eran rotas siempre por el mismo grito: "¿Quien tiene la culpa de que estemos aquí? ¡¡Francooo!!" Lo lanzaba el 'Sevillita' mientras hacía el saludo fascista. Después de muchas reprimendas, los funcionarios lo habían dejado por imposible. Era como la mascota del presidio.
La Modelo dejó de cobijar a presos el pasado 8 de junio, después de 113 años menos un día, puesto que fue inaugurada el 9 de junio de 1904. En los meses siguientes se organizó un 'tour' para visitantes, como el Camp Nou Experience, y se publicaron todo tipo de reportajes que se remitían casi exclusivamente a presos políticos de renombre, entre ellos Jordi Pujol, al margen de la historia del mediático Vaquilla. Mi padre, un 'politíco' más, me enseñó que la Modelo fue mucho más que una herramienta de represión franquista. Fue un caladero de historias por recuperar, aparte de las que ya conocemos, como la de la capilla gitana, pintada por el anarquista Helios Gómez por encargo del párroco de la prisión, o el asesinato del mafioso marsellés Raymond Vaccarizzi. Mientras saludaba a su mujer desde la ventana de la celda 314, en la tercera galería, fue abatido por un francotirador desde la calle. Urge rescatarlas antes de que el derribo de sus muros las aleje de la memoria de Barcelona.