“Aquí se gasearon 950 vidas”. Eso se leía en la pancarta que aguantaba una chica hace unos días en un rincón de la Feria de Consumo Responsable que se ha instalado durante las fiestas de Navidad en la plaza de Catalunya. La pancarta que sostenían dos compañeras suyas a su vera aportaba más información: “950 palomas muertas para instalar una feria sostenible en Barcelona”.
Las palomas gozan de mala prensa. Uno tiene la sensación de que no se meten con nadie y que más bien son una comunidad vulnerable más que peligrosa. Pero la Agencia de Salud Pública de Barcelona reconoció que había capturado y sacrificado 923 palomas por el riesgo sanitario que suponían para los viandantes esos días. Al parecer, pueden transmitir enfermedades como la salmonelosis. Sus excrementos están asociados a la transmisión de enfermedades y además corroen el suelo, el mobiliario urbano y el patrimonio artístico. Que se lo pregunten a los venecianos que andan desesperados con eso.
Se calcula que en Barcelona viven unos 85.000 ejemplares y mantener ese nivel de población se califica como ‘control ético’ desde el ayuntamiento. Entre nuestros vecinos hay quienes les dan de comer y quienes les tienen miedo o aprensión.
Dicen que es una de las aves más inteligente. Muy tontas tienen que ser las otras cuando vemos a las palomas caer fácilmente en las redes de los funcionarios que las eliminan o alimentarse con los granos de maíz con nicarbacina que dejan a su alcance para causarles impotencia.
Una de las actitudes que más me sorprende es la indiferencia ante la suerte de sus compañeras. En más de una ocasión he contemplado como una gaviota se zampaba a una de ellas mientras otros ejemplares de su especie seguían picoteando alrededor de la espantosa escena como si nada ocurriera.
No sé si los funcionarios que les quitan la vida tienen en mente que esos animales simbolizan la paz, jugaron un papel importante en determinadas guerras como ‘mensajeras’ de información secreta o que los cristianos la utilizan como representación de uno de sus misterios más complejos: el Espíritu Santo.
Para mí, el misterio más grande es donde están los pequeñuelos de esa especie. Nunca he visto ni uno. ¿Dónde anidan? ¿Dónde viven los pichones hasta que bajan a la plaza Catalunya para alegría de turistas y desesperación de brigadas de ‘control ético’?
Mejor no me contesten en los comentarios a este artículo. Me consta que metropoliabierta.com es muy visitada en los despachos municipales.