Circula estos días un mensaje de Whatsapp, con mucha sorna, que alerta de que los catalanes, al habernos portado tan mal en 2017, nos quedaremos sin reyes este año... Entiendo que la profecía no afecta a Barcelona. En redes sociales y en algunos medios de comunicación, sabrán que desde el día de Navidad nuestra ciudad se ha independizado de Catalunya y forma parte de Tabarnia...
Una piensa mal y considera que todo forma parte de un maléfico plan para complicarle aún más el camino a los reyes. Si el reto de que un afgano, un iraquí y un iraní crucen fronteras desde Oriente -a lomo de un camello y cargados de sustancias misteriosas-, no es ya hoy un imposible en nuestros días; que lo hagan siguiendo una estrella amarilla crea ciertos recelos entre el bloque del 155. Ríanse, pero el día de Fin de Año la regidora de Ciutadans de l'Ajuntament de Barcelona, Sonia Reina, se quejaba porque en la calle Marina se habían colocado "papeleras separatistas" que finalmente resultaron ser basuras de reciclaje para el plástico instaladas a lo largo del trayecto de la popular cursa dels Nassos que se celebraba esa misma tarde.
Pero pongámonos en el mejor de los casos y aventurémonos a imaginar que los políticos de esta ciudad dejan de llevarse por sus paranoias ideológicas y aprendan a apreciar y respetar la riqueza y pluralidad de los miles de distintos tonos pantone que existen dentro de nuestra naturaleza (el amarillo reciclaje, el amarillo Jordis, el amarillo gualda...), permitiendo que el particular GPS de los Reyes Magos no se politice y la estrella amarilla les guíe hasta nuestra ciudad. Una vez llegados a buen puerto (despejado por fin de piolines); dependiendo de con que regidor entablen conversación sus majestades, Barcelona será presentada como la capital de una República (ERC, PDeCat y CUP), de una región de España independizada de Catalunya (C's, PP) o de algo equidistinto y misterioso: la Barcelona dels Comuns, donde su alcaldesa felicita el Ramadán pero le cuesta la vida desear una feliz Navidad a sus conciudadanos.
Tras convencerlos de sustituir sus nobles ropas por harapos con el fin de que tanta ostentación no deje aún más en evidencia la mediocridad indumentaria de las autoridades presentes en la recepción; se les recomendará también el uso del transporte público. Como la T-10 ha subido hasta los 10,20€, optarán por el Bicing. Una magnífica, simpática y sostenible idea hasta que comprueben que durante su quilométrico periplo no hallarán ni una sola bici disponible y cuando por fin encuentren una libre tendrá el sillín, las marchas y los frenos rotos (no falla).
Perseverantes, ya a la hora de entregar los regalos y volar con sus camellos hasta el interior de nuestros hogares, a los Reyes les extrañará que nadie deje agua para los camellos. Sabios como son, entenderán rápidamente que la tendencia no sólo se debe al cambio climático y la sequía que afecta a todo el planeta Tierra; sino a la privatización del agua, la nueva subida con la que nos han dado la bienvenida al 2018 y con la que acabarán de ahogar a tantísimas familias.
Pero pese a tantos tropiezos y obstáculos perpetrados por la incapacidad de algunos gobernantes que sólo merecerían carbón, Melchor, Gaspar y Baltasar volverán a ilusionar a la ciudad de Barcelona. Y no precisamente por ser Reyes, sino por ser magos.