En su último estudio acerca de las ciudades más seguras del mundo, 'The Economist' situaba a Barcelona en el puesto decimotercero, uno por detrás de Madrid. España, en su conjunto, está 10 posiciones por debajo (23), según el último informe de las Naciones Unidas al respecto. No obstante, podemos concluir que vivimos en uno de los lugares más seguros del planeta. Ninguna ciudad estadounidense, por ejemplo, está por delante de las dos principales urbes españolas y únicamente se consideran menos peligrosas cuatro europeas (Amsterdam, Estocolmo, Zúrich y Frankfurt). Todo ello a pesar de los riesgos que implica la llegada masiva de turistas, con un nuevo récord en 2017, y la delicuencia que imanta. Sin embargo, es oportuno preguntarse dónde estarían Madrid y Barcelona si esa clasificación se efectuara en el subsuelo, en el Metro.

El transporte público de mayor volumen se ha convertido en un espacio sin ley, como prueban las agresiones que se han sucedido últimamente en Barcelona y Madrid, tanto a usuarios como a vigilantes, hecho que pone de manifiesto la necesidad por parte de las autoridades de implementar la seguridad, incluso de digitalizar los protocolos para hacerlos más eficientes. 'The Economist' insiste en que son las ciudades más "digitales" las que trabajan con más eficacia contra la delincuencia. No en vano, su ranking lo encabezan urbes asiáticas, como Tokyo, Singapur u Osaka, a pesar de la dificultad para el control que implica sus grandes dimensiones. Es cierto, asimismo, que influye la cultura de cada lugar, la madurez social y los índices de inmigración.

Buena parte de las agresiones, físicas o verbales, que se han producido en los Metros de las capitales españoles han estado protagonizadas por menores, como es el caso de la brutal paliza grabada en la parada de Navas, en Barcelona. Se trata de una lacra en aumento, cuya lucha y prevención corresponde a otras administraciones, pero para los ayuntamientos, hoy, la prioridad es atajar esta creciente ola de agresiones que provoca, asimismo, un efecto dominó. El Metro es un servicio público sin cuyo funcionamiento las ciudades sufrirían el colapso. Hacerlo seguro es, pues, un deber público.