Hay una nueva forma de sentirse estúpido en Madrid y en Barcelona. Al volante, en hora punta, detenido, un automóvil detrás de otro, en caravana, y a la derecha un carril absolutamente vacío. Es un carril-bici, pero apenas transita bicicleta alguna. Es muy europeo, es 'cool' y es bucólico, pero no es real, ni eficaz. Barcelona y Madrid no son Amsterdam ni Dublín. Quizás la bicicleta sea el futuro en las ciudades sin humo, pero el futuro se planifica, no se impone, ni se acelera, porque convierte el presente en el absurdo. Las bicicletas, señoras Colau y Carmena, son para el verano, al menos en la España de hoy, como decía la obra de Fernando Fernán Gómez, llevada al cine por Jaime Chávarri. Su guión, por ahora, es peor.

El número de calles y avenidas que se han adaptado, a costa de restar un carril a la circulación o incluso espacio a las aceras, no se corresponde con el número de personas que utilizan la bicicleta como medio de transporte. Es una apuesta política, no ciudadana, y a la que le ha faltado consenso entre grupos municipales y responsables de distritos. No son pocos los que se han revelado, como en el Turó, en Barcelona, o en Carbanchel, al sur de Madrid, donde la junta de distrito consiguió, mediante votación, paralizar las obras del carril-bici en la Avenida de Oporto.

A Carmena, además, la apuesta por la bicicleta le ha generado otro problema, al ser denunciado su grupo de gobierno por la oposición, que entiende que hubo malversación en la compra de la empresa Bicimad por parte del Ayuntamiento para "municipalizar" el servicio de alquiler en la capital. Invirtió el consistorio 13 millones de euros por una empresa que estaba prácticamente en quiebra y lo hizo, según las informaciones publicadas, sin un informe técnico lo suficientemente claro. En función de las estimaciones que maneja la oposición, el precio debería haber sido de 6,9 millones.

A la espera de que las bicicletas invadan los carriles adaptados en Madrid, de momento algunos han visto ya el fantasma de la corrupción sobre sus sillines. Un mal asunto. El clima de Barcelona, más benigno, hace a esta ciudad más propicia para la bicicleta, aunque los países donde se utiliza masivamente en Europa son los más fríos. La bicicleta no es, pues, ni climatología, ni política. Es cultura. Empecemos por eso y, quizás, no nos sentiremos tan estúpidos.