El arte del protocolo y las buenas maneras en sociedad se basan en el hecho de estar presentes. La (buena) presencia se da cuando cuerpo, mente y comportamiento están en perfecta armonía. Se reconoce al formado e ilustrado en estas dotes por su serenidad; nunca un mal gesto, nunca una salida de tono (ni estética, ni verbal). Creerán los más bárbaros que durante la discrepancia no cabe en esta ciencia, aparentemente tan reprimida, respuesta a la ofensa; pero se equivocan. Primero porque "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio" y segundo, porque armas imbatibles como la fina ironía, el sarcasmo y humor han sido siempre seña de gustos y talentos exquisitos...  

Si se reflexiona, levantarse e irse de una reunión o encuentro para hacer constar nuestra más repulsa condena, rechazo u ofensa, en el fondo, sólo revela una actitud orgullosa (mis valores están por encima de los del resto), cobarde (no quiero escuchar o presenciar lo que no encaja con mi percepción del mundo) o ególatra (incapacidad para empatizar). El orgullo es legítimo, libre y es imprescindible en numerosas ocasiones para acabar con situaciones abusivas, pero en ningún caso resuelve conflictos: los empeora. Y es ahí cuando uno debe considerar si la ruptura total o desencuentro absoluto que anuncia el desplante protocolario es lo más conveniente a corto y largo plazo (más cuando uno ejerce un cargo público y no debe pensar en si mismo, sino en todo el conjunto).   

Si una situación le incomoda o irrita ya desde un principio, no acuda. La inacción o no asistencia también es un gesto; y mucho más efectivo, refinado y saludable (podrá invertir su tiempo y energía en otros menesteres). Proclame a los cuatro vientos, si así lo desea, sus motivos. Si a un acto sabe que se presentará una persona que lleva un lazo amarillo y le disgusta o difiere de su reclama; no espere a que verbalice (reitere) su protesta para hacerse el ofendido. Si le invitan a besar la mano de alguien a quien usted –y sus votantes– no consideran genéticamente superior; decline amablemente la invitación (desde el primer momento, no vale (lleve o no razón) que lo haga sólo cuando lo hayan herido).

Otra opción como aceptar el encargo para no caldear el ambiente sería cínico; otra opción como negarle la palabra o la mano a alguien públicamente (aunque sea su peor enemigo) sería descortés. Y otra opción como la de rendir cuentas en privado y solucionar los trapos sucios en casa sería diplomacia (elegancia): ¿pero qué se habrá hecho de ese bendita práctica?