Dicen que se trata de una iniciativa satírica, bandarra, una más de las astracanadas de un Albert Boadella que se propone como «presidente de Tabarnia en el exilio». Si lo hubieran montado sobre un escenario, como aquel recordado Ubú president que llenó teatros hace unas décadas para criticar y reírse del pujolisme, el asunto hasta tendría gracia.
El problema es que esta desgracia de Tabarnia no es una representación más de Els Joglars, sino un movimiento que poco a poco va cobrando el aspecto de una broma de pésimo gusto.
Había que verlos ayer, reunidos bajo banderas que iban desde la constitucional española hasta la del territorio que supuestamente desea independizarse de Catalunya, pasando por insignias con toros, flechas y otras simbologías de similar escasa altura estética. Allí marchaban, hasta en número de 15.000 (según la Guàrdia Urbana), en una reivindicación que parecía más una protesta que cualquier otra intención de reclamo, desde representantes de Vox hasta el Partido Popular, toda gente progresista y de izquierdas, como es bien sabido, entre una multitud de hombres, mujeres y menores de edad que más bien parecían acudir a un partido de la selección española que a un acto político. Ah, y Álvaro de Marichalar; ahí dejo el dato.
Yo, que salí a dar un paseo a la hora de la concentración junto al monumento a Rafael Casanova, no pude evitar sentir vergüenza ajena. No por la gente de a pie que se arremolinaba allí, sino por quienes no dudan en manipular sentimientos y jugar con los afectos, no pocas veces aprovechándose de una considerable cuota de ignorancia.
Tabarnia da vergüenza porque no es una representación artística ni cultural, sino una farsa que ha crecido a la lumbre del interés mediático, principalmente del coro de diarios, emisoras de radio y televisión con sede en Madrid, que ven en la plataforma un vehículo idóneo para poder reírse y criticar entre chirigotas las reivindicaciones soberanistas de una parte (más o menos la mitad) del pueblo catalán. El pueblo que el pasado 21 de diciembre volvió a decidir mayoritariamente que desea que sean los partidos nacionalistas los que se encarguen de formar gobierno.
«Yo soy tabarnés» y «Yo soy español» eran las proclamas que más sonaron el la marcha del domingo. Ambas consignas tenían como melodía la clásica kalinka rusa. ¿No seguirá teniendo que ver, ahora también, el gobierno de Putin en todo este sainete?