Barcelona es una ciudad curiosa por muchas razones. Muchas tardes de invierno salimos a la calle y sin darnos cuenta dirigimos la mirada al Templo Expiatorio del Tibidabo. Hace rato que ya oscurece y en la montaña, suspendida en el aire, hay una mancha naranja misteriosa. Hace frío.
Desde lejos, hay gente que piensa que aquello es algún episodio de la montaña rusa del parque de atracciones, o un castillo encantado que forma parte del parque temático. El lugar recuerda estéticamente a la Basílica del Sacré Cœur del barrio parisino de Montmartre. Es muy parecido, porque también está dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. Aunque el Tibidabo tiene un aire de montaña mística que el Sacre Coeur no tiene.
Cuando a veces se me oscurece la mente, o cuando el corazón me palpita demasiado rápido por el estrés, o cuando sencillamente me apetece, subo la montaña y visito el Tibidabo. Me resulta muy curioso su nombre, un toponímico religioso que sustituyó hace años al de Puig de l'Àliga. Extraído de los evangelios, el nombre del Tibidabo rememora aquel momento en que el diablo tienta a Jesús desde lo alto de una montaña: “Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregado y se lo doy a quien quiero.” Tibi-dabo significa esto: “Yo te daré.” Esta promesa del diablo a Jesús se parece a aquella otra que la serpiente del Génesis hizo a Adán y Eva: “Seréis como dioses porque podréis diferenciar entre el bien y el mal”. La tentación se camufla con frecuencia bajo la máscara de una falsa promesa.
Vivimos en plena resaca del Mobile World Congress. Ha habido episodios políticos, de políticos de poca monta para cuestionar el evento. Pero lo que me interesa es que la tecnología se parece a esa promesa del Tibidabo: “Yo te daré”, “Seréis como dioses.” Allí se ha presentado -en el MWC- el Samsung S9 y promete. Luego tal vez su batería explote en el avión o en el bolsillo del usuario. Pero promete.
Sabemos por experiencia que la tecnología promete cosas; nos damos cuenta de que la revolución digital, internet y las redes sociales nos han facilitado el trabajo. Pero el rostro de la técnica es ambiguo. Parece, en Barcelona, que perder el MWC sería un desastre, y es cierto. Pero, ¿qué nos promete, en realidad, este mundo tecnologizado, globalizado y progresivamente despersonalizado? Tibi-dabo: “A ti te daré”.
Promete una sociedad robótica donde muchos puestos de trabajo sean sustituidos por máquinas agradables que cuiden de nuestros ancianos y enfermos y que nos den conversaciones llenas de erudición. También la técnica promete la posibilidad de que los ordenadores, mediante una inteligencia artificial, piensen por sí mismos, aprendan a emocionarse y hasta a amar sin límites. La tecnología nos promete hasta la sustitución de hígados, riñones y corazones enfermos, que vayan a proporcionarnos una especie de vida eterna. Tibi-dabo: “A ti te daré”. La tecnología promete ya no volver a trabajar nunca más: un subsidio que permitiría al ser humano dedicarse al ocio. Es la idea del trabajo como castigo divino.
Algo tiene la tecnología de Opio del Pueblo, de misticismo y de mesianismo. Desde la montaña del Tibidabo el demonio promete el oro y el moro. Pero el Tibidabo se sostiene sin necesidad de tecnología que lo aguante. Por eso el demonio debió quedar desconcertado: porque entonces Jesús le respondió: “Apártate de ahí Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor Dios tuyo, y a él sólo servirás”.