Esta columna debía llamarse 'Remanso de paz en Ciutat Vella' y retratar rinconcitos del casco antiguo de Barcelona donde uno puede escuchar el silencio en contextos idílicos a pocos metros de las hordas de turistas y estampidas de viandantes ruidosos que hacen que parezca imposible encontrar minutos de calma en el Gótic, el Born o el Raval.

No es imposible, pero las cosas no salen siempre como uno espera. Mi idea cuando propuse hacer 'Crónica Errante' era redescubrir Barcelona con un punto de vista muy personal, aprovechar vivencias en lugares específicos para tomarle el pulso a la ciudad y contarlos. Ahora entiendo que el trabajo de Gay Talese al sentarse en las calles de Nueva York y retratar su cotidianidad no era tan fácil. 

Para empezar, de camino al Pati Llimona, mi primer remanso de paz, me encuentro a una coral de adolescentes cantando en el medio de la Plaza Real. Cantaban 'Falling Slowly', canción de la Banda Sonora de Once, y lo hacían muy bien. Esto no tiene nada que ver con lo que tenía que escribir, pero no sé, me emocionaron bastante los niños y quería calzarlo de alguna manera. Una de las niñas movía las manos con mucha pasión hacia arriba y abajo y se le ponían los ojos vidriosos, casi lloraba, mientras cantaba. Es que la canción es muy triste. Luego la directora de orquesta anuncia que van a cantar una canción en francés sobre "un adolescente que quiere empezar a volar". Pero yo voy tarde a mi cita con el silencio. 

Lo encuentro en el Pati Llimona, un lugar mágico donde han colocado unas mesas y sillas de madera bajo el enorme níspero que preside la plaza y le da sombra, frente a una puerta romana, una escultura de bronce de Lluís Llongueras y entre las paredes salmón que cierran el patio abierto. Casi nunca hay nadie en uno de mis rincones favoritos de la ciudad, donde además se encuentra ubicado un Centro Cívico que ofrece una gran variedad de cursos, charlas y talleres. 

Un cartero pasa por el patio con su carro recordándome que existen aún anclas al pasado. Estar cinco minutos sentado y saboreando la calma, observando los detalles y sin mirar el móvil es hoy un esfuerzo titánico. Escribir Crónica Errante me está haciendo pensar en lo poco que atendemos a lo que pasa a nuestro alrededor desde que vivimos enganchados al teléfono. 

Dentro del centro Cívico, hay ahora mismo una exposición de fotografías perdidas de la Guerra Civil, de Francesc Boix, que las tomó con solo 17 años y muestra escenas cotidianas de soldados leyendo, ropa tendida en las trincheras, soldados escribiendo cartas, combatiendo, celebrando, extrayendo agua de un charco. Son las 12 del mediodía y no hay nadie más que yo viendo las fotos. 

La ruta de la calma me lleva también al precioso claustro románico del Convent de Sant Agustí, también privilegiada terraza de bar con armónica serie de arcadas y rosetas. Una pareja de estudiantes almuerza sentada en el suelo al sol delante del ordenador y una niña juega con dos adultas saltando de lo que parecen bases en ruinas de antiguas columnas. Sus risas son lo único que rompe un silencio de otra época. 

El sol de invierno es hoy generoso después de oleadas de frío, la primavera en Barcelona avisa tantas veces que uno nunca sabe cuál es la buena.  

Mi siguiente resguardo es el patio de la Biblioteca de Catalunya y el cuquísimo bar exterior El Jardí, pero resulta que cuando llego está bastante lleno de turistas y 'homeless', uno de ellos me mira agresivo con una litrona en la mano, y en el propio bar tienen la música a tope. También unos adolescentes están escuchando rap en unos altavoces y un taladro de obras se me cuela en mis oídos. El lugar es agradable y pintoresco, pero de pacífico hoy no tiene nada, pienso entre sus naranjos cuando veo sentada bajo la sombra de uno de ellos a una chica leyendo 'Tiempos líquidos' de Bauman. Qué obvio todo. 

Mi fracaso se consuma en mi siguiente destino, el patio interior del Instituto Confucio, al lado del CCCB, que me dejó maravillado hace pocas noches al encontrarlo vacío y silencioso a pocos metros del vaivén estruendoso de monopatines. El santuario de paz no es tal a las dos del mediodía, cuando decenas o casi centenas de niños corretean por el parque junto a sus madres porque resulta que en este patio se encuentra también la escuela Labouré. Me doy cuenta de que la inmensa mayoría de los alumnos son asiáticos o de origen asiático y me sorprende una proporción que a primera vista es del 90%. No he encontrado la paz que esperaba, pero tal vez sí el camino hacia un reportaje. Las cosas y las crónicas no siempre salen como uno espera, menos mal, y a veces abren otras puertas.