Barcelona tiene una fuente monumento a la figura de Raquel Meller en la Avinguda Paral·lel. Francisca Marqués López fue cantante, cupletista y actriz de cine, y durante las décadas de 1920 y 1930 la artista española de mayor éxito internacional que rompió moldes. Una mujer tan hermosa como inaccesible, tan independiente como seductora. Ella le dijo a Alfonso XIII cuando la invitó a cantar para él que “el mismo trecho había del cabaret al palacio que del palacio al cabaret...” Su fama de esquiva y feroz defensora de su intimidad la recubrieron de un halo de misterio y de una aureola de diva inalcanzable. No por casualidad se casó con quien fue un amante de la espía Mata-Hari.
La Meller interpretaba canciones como una actriz: con una carga dramática que convertía “El relicario” y “La violetera” en auténticas escenas de un drama de Shakespeare. Sarah Bernhardt la calificó de “genio” y Charles Chaplin fracasó en 1931 al intentar contratarla para “Luces de la ciudad”, lo mejor del primer cine sonoro. Su versión de “El relicario”, la tomó Roosevelt como motivo de su campaña electoral. Raquel fue cayendo en el olvido y el 26 de julio de 1962 murió en la Ciudad Condal.
El talento, la personalidad y el trabajo de esta mujer cuestionan la pretensión de falso feminismo que se ha propugnado para la fiesta del pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Me parece bien conmemorar la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona. Sólo faltaba.
Pero hay un feminismo de cartón-piedra que intenta enfrentar, como sea, el hombre a la mujer. Es un viejo hijo bastardo de la lucha de clases que propugnó Friedrich Engels en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, publicado en Moscú en 1884. Engels, en realidad, fusiló la obra del antropólogo suizo Johann Jakob Bachofen (El derecho materno, 1861) al proponer el enfrentamiento entre ellos y ellas. Para Engels es necesaria “la lucha por resolver este antagonismo”. “Entonces se verá que la manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad”.
Hubo un tiempo, reconoce Engels, en que la mujer estaba en el centro de la sociedad. Pero una serie de condiciones económicas engendraron la monogamia, el matrimonio indisoluble y el predominio del varón. “Y estas condiciones desaparecerán”. Ya lo ven: para la falsa dialéctica todo coge tintes dramáticos y enseguida entramos en guerra. Reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres desde el plano de la sexualidad lleva a dejar en segundo plano a alguno de los dos sexos.
Sólo desde la dignidad de la persona es posible construir un auténtico feminismo que no perjudique a la mujer con sobrecargas ni al hombre con humillaciones que proceden de falsas leyes o que le hacen pasar por tonto. Pretender igualarlos desde una ingeniería social desde el exterior es plantear una guerra abierta en que ellas y ellos saldrán perdiendo por igual. Plantear un feminismo basado en la confrontación dialéctica es tranformar a la mujer en puro objeto y al hombre en pura acción, o viceversa, si se quiere.
La estatua de Raquel Meller del Paral·lel mira a la sociedad barcelonesa. Nos invitaba a la reflexión sobre un Día Internacional de la Mujer que en Barcelona fue incómodo para todos. En una sociedad en que afortunadamente la mujer ha podido reivindicar una visibilidad histórica perdida, parece importante pensar que los derechos de todos no proceden de la diferencia sexual sino de una racionalidad humana que apela al sentido común.