Tenemos una ciudad magnífica: para disfrutar, para vivir, para sentir; abierta, tolerante, cercana. Esta historia real nos habla de cuando la política puede servir para frenar Barcelona...
Hace unos días, un buen amigo y cliente de mi bufete, tuvo la gentileza de invitarme a un restaurante situado en la marina de Barcelona. Quedé maravillado por la belleza de mi alrededor: el mar, la arena de la playa y un sol precioso.
Le pregunté, irónico, por el motivo de su invitación. Él, sorprendido, me preguntó: “¿a qué te refieres?”. Mi respuesta lo hizo sonreir: “hombre, toda la terraza para nosotros, sólo dos mesas ocupadas de las posibles cincuenta que cabrían... y sólo dos trabajadores de los quince que deberías tener”.
Los dos soltamos una sonora carcajada. El sarcasmo se había instalado en la mesa y, como no podía ser de otra manera, el sentido del humor nos acompañó durante toda la velada. Lo que me explicó el propietario del negocio era sencillamente aterrador. Desde una fría administración que ha perdido de vista al ciudadano se habían hecho retirar la práctica totalidad de las mesas, le habían obligado a reformar la cocina bajo unas premisas que atacaban directamente la línea de flotación del negocio, y así un amplio conjunto de medidas que estaban conduciendo al fracaso el proyecto de restauración. La administración como obstáculo.
Después de escuchar tan escandaloso relato, le dije a mi buen amigo: “¿por qué tantas restricciones si aquí no molestas a nadie? El vecino mas cercano estará a 300 metros y es imposible que le moleste el ruido de tu establecimiento.” Y en ese mismo instante, mirando al dique que separa la arena del agua vi saltar un pez al que le puse el nombre de Colau.
Probablemente, aquel pez Colau era al único al que le molestaba un proyecto emprendedor que suma actividad económica, impuestos y recursos, empleo y buen servicio a Barcelona.
Fue muy triste escuchar el relato de su realidad. Todo ese entusiasmo, esas ganas de cumplir con un sueño, se veían truncadas, simple y llanamente, porque existen unas políticas municipales que en nada benefician el interés de la restauración.
Lo más triste fué cuando mi amigo me aseguró: “si lo llego a saber no hubiera invertido ni un euro aquí, en ésta ciudad, donde los restauradores y hoteleros tenemos que suplicar para poder desempeñar nuestra actividad. Son demasiadas dificultades, demasiadas inspecciones y organismos que impiden un normal desarrollo de la vida económica. Ya suficientemente dura es esta profesión como para tener también la obstrucción de la dirección de los organismos municipales”. Y me recordó un sólo dato: el plazo medio para la obtención de una liciencia definitiva es de 2.6 años. No hace falta decir nada mas.
Barcelona deberá reinventarse. Somos una ciudad de servicios, y por ello debemos ser también un modelo de excelencia en ese liderazgo, creando estructuras a la altura de lo que es Barcelona, la mejor ciudad del mundo.
La situación actual es impresentable. Debemos proteger nuestra economía. Debemos mejorarla, incentivarla, para hacerla más eficiente y sostenible, promoviendo políticas activas de expansión y desarrollo, con el justo equilibrio de sostenibilidad y convivencia con los vecinos.
Lo que no se puede, en modo alguno, es esquilmar un segmento como la restauración que da de comer a miles de famílias en nuestra ciudad. Nuestros padres y abuelos nos han dejado una herencia basada en la ilusión el esfuerzo y el compromiso. Sobre esos pilares miles de esas familias pudieron cumplir sus sueños. Ahora nosotros tenemos la obligación de mantener a esta ciudad como lo que es, la mejor ciudad del mundo.