Exceptuando los pies (aunque deberíamos calcular el desgaste de la suela del zapato y las visitas al podólogo), es la opción de transporte más barata y saludable. Por sólo 47,16€ anuales puedes desplazarte en bicicleta por la ciudad y ejercitar las piernas. Y tanto si es por falta de espacio (las ratoneras y zulos en las que los millennials sobreviven en estas ciudad) o por no estar pendiente de si te roban otra bici o no, el BiCiNg se antoja como una óptima solución. Sin embargo, como usuaria, debo valorar la experiencia como negativa si contabilizo las veces que maldigo al sistema...
Quiero una bicicleta y, basándome en la app, acudo a las estación más cercana de mi punto de partida y donde según la aplicación hay bicicletas disponibles. Cuando llegas (sobre todo si vas con prisa) la estación esta vacía (1. Puto bicing). Aunque tienes una estación de metro, bus o FGC decides probar suerte con la siguiente parada de bicing (que no está el precio de la T-10 para ir gastando viajes así a lo tonto). Desgraciadamente, tampoco en la de más allá encontrarás vehículo (2. Puto bicing). Aún así, te animas a seguir; más que nada porque la posibilidad de coger otro método de transporte ya queda algo lejana y el tiempo para llegar a tu cita disminuye con cada segundo de duda que te permitas. Cuando a la tercera no va la vencida, consideras que para lo que te queda para alcanzar tu destino haces el resto del recorrido a pie (3. Puto bicing), aunque ese día calces tacón (4. Puto bicing).
El conseguir bicicleta -¡oh, milagro!- tampoco exime de maldecir el sistema. Porque al pasar la tarjeta por el lector siempre (pero siempre, siempre) te tocará la bici más alejada (5. Puto bicing). Al descandarla (si vas cargada, levantar a pulso aquel armatoste es la risa... 6. Puto bicing) percibirás que no está en muy buen estado y que el anterior usuario debía ser Pau Gasol porque el sillín no puede estar más alto. La llave para acomodar el asiento no está hecha para enclenques y muchas veces, aunque emplees las dos manos para desfijarlo y te manches de grasa, aquello no hay quien lo mueva. Por lo tanto, no te queda otra que devolver la bicicleta y repetir todo el proceso (7. Puto bicing).
Una vez subida al vehículo, apreciarás que la rueda está desinflada, que las marchas no funcionan o que el chirrío de los frenos alarma a media ciudad (8. Puto bicing); pero después del calvario, tiras pa'lante y que sea lo que el bicing quiera. En caso de que la rueda esté pinchada o tan desinflada que acabes paseando tu a la bici y no al revés, si pretendes sustituirla en mitad del camino debes tener en cuenta que deberán pasar 10 minutos hasta poder retirar otra (9. Puto bicing).
Cuando por fin llegues a destino cabe la posibilidad que la estación esté llena y tengas que empezar a dar vueltas para aparcarla o esperar a que alguien retire una para poder dejar la tuya. Todo esto unido al estrés que genera no saber si ya has consumido los 30 minutos gratuitos que te entran dentro de la tarifa (10. Puto bicing) y sin poder predecir si en los 10 minutos siguientes -los que conceden cuando el sistema está completo- podrás liberarte de aquella terrible maldición (11. Puto bicing).
Por todo lo demás, bendito BiCiNg.