La diputada de C's Sonia Sierra criticó la pasada semana a los partidos independentistas por utilizar el espacio público como escenario de propaganda política y señaló que los lazos (de plástico) amarillos eran contaminantes. Y es curioso que un partido neoliberal sea laxo con cualquier "error" de los grandes fabricantes y tejidos empresariales; pero tome de repente tanta conciencia y preocupación medioambiental en temas más domésticos.
Pero si fuera sólo el lazo amarillo de PVC el que se cuestionara por motivos puramente ecológicos, una servidora avalaría la propuesta de retirarlos o sustituirlos por otro material. Pero es que los lazos de hilo que tantos prenden en sus solapas resulta que también disgusta a muchos. También molestaban las luces amarillas de las fuentes de Barcelona y a Aitana de OT le cayó la del pulpo por atreverse a vestir un jersey amarillo (su color preferido) en un acto de homenaje en su pueblo. Por tanto, lo que irrita en verdad es una supuesta contaminación ideológica, y no la mediomabiental. Como si a alguien le pudiera perturbar contemplar a una persona con un crucifijo colgado como seña de identidad religiosa o le alterara un skater con los pantalones caídos bajo el culo como seña de pertenencia a una tribu urbana.
Mientras los CDR cuelgan lazos, los GDR los retiran. Ambos recurren a la libertad de expresión para justificar sus prácticas. Y así, la jornada visual de este lunes en Barcelona resultaba tan surrealista como clarificadora: unos quieren, creen y sienten una cosa mientras otros quieren, creen y sienten la contraria. Ahora bien, la campaña de "limpiar Barcelona" recuerda demasiado al polémico lema (xenófobo) que Xavier García Albiol empleó para hacerse con la alcaldía de Badalona. Porque si se organizan batidas para acicalar la ciudad de ciudadanos incívicos que enguarran el espacio público con papeles, latas, chicles, lapos, orines y excrementos es una cosa. Pero si la idea de higienizar Barcelona pasa por acabar con el amarillo, eso tiene otro nombre.
Esta pasada noche se celebró en Nueva York la gala MET: esa en la que lo más granado de la farándula de la moda, la música y el cine celebra su particular carnaval. Decenas de mujeres optaron por el amarillo para teñir sus más ostentosas y excéntricas galas. Claro está que no lo hicieron por la libertad de los presos políticos; tampoco, únicamente, porque el dress code de la celebración exigiera inspirarse en la estética eclesiástica. Se decantaron por ese tono porque el amarillo -guste o no- va a ser la tendencia estrella de este verano. Y si hay algo que la historia de la indumentaria demuestra es que no se puede ir contra una moda, sólo crear una nueva.