Viene de muy lejos aquella máxima periodística según la cual nunca será noticia que un perro muerda a un niño, pero siempre será noticiable que sea el niño quien muerda al perro (y no digamos ya si le transmite hidrofobia). Lo reconozco: el titular de esta columna está manipulado para atraer su atención, lector. El asunto fue al revés, un autobús de línea que se dirigía a Canyelles atropelló a un señor de 87 años, le causó una fractura que requirió la inmediata aplicación de un torniquete para frenar la hemorragia y el posterior ingreso en un hospital, donde se pasará un buen puñado de días, cuando no semanas.
Accidentes de tránsito con heridos y hasta fallecidos se producen, lamentablemente, cada día en Barcelona. Lo que ya no es tan habitual es que los causantes de esos accidentes con resultado lesivo para otras personas se den a la fuga. Y eso es lo que hizo el conductor del bus de la ruta D-40, el sábado 26, en pleno mediodía y ante la reacción entre estupefacta e indignada de pasajeros y viandantes.
Hace tiempo que vengo observando que los conductores de autobuses, y muy especialmente los que se ponen al volante del Bus Turístic, comienzan a creer que son como el afortunadamente extinto Manuel Fraga, los amos de la calle. Ya se han convertido en parte del paisaje urbano sus maniobras que parecen bravuconadas, sus reacciones airadas y sus no pocas 'pirulas', como una creciente compulsión a pasar los semáforos en ámbar o a arrancar la marcha antes de que la luz se haya puesto en verde, entre otras. Los que pasean guiris arriba y abajo, además, suelen hacerlo no por el carril bus, sino por el que les da la gana, como si cada segundo que pierden fuera crucial para que no se les enfríe la porción de pizza que les espera en alguna mesa.
Cualquiera que lleve circulando en algún vehículo rodado por las calles de Barcelona durante los últimos veinte años puede dar fe de cómo el tránsito se ha ido convirtiendo en un reino de taifas, escenario de constantes rifirrafes y altercados que si no pasan a mayores se debe sólo al proverbial seny de los ciudadanos. Pero ni esta metamorfosis progresiva en jungla de asfalto ni el crecimiento incesante del parque móvil justifican ni justificarán nunca que un desalmado atropelle a un pobre viejo que lo único que quería era poder montarse en el bus y, además, lo deje tirado en plena calle sin prestarle la debida atención.
Espero que al tipo lo castiguen con lo que la ley tenga estipulado para casos como el suyo. Y al pobre anciano víctima del espantoso autobusero le deseo que se restablezca y que pueda volver a caminar por las calles de esta ciudad que a veces olvida su noble origen para transformarse en un páramo de almas.