Si eres fan de U2 (se ve que quedan), imagínate a Bono sirviéndote las copas. Bueno, las birras en este caso. O si eres fan del Canto del Loco, a Dani Martín, da igual. Es el primer paso para entender lo que es para mí ir al Begood, donde Artur Estrada, cantante, guitarrista y brutal letrista de Nueva Vulcano, y ex de Aina, te atiende cada semana con su sonrisa y una especie de conformidad sonriente con la vida muy coherente con sus últimos discos, bastante menos con los primeros, que eran bastante oscuretes. 

Para mí, como muchos saben, Nueva Vulcano es una extensión de mi entraña llevada a la música. Si supiera componer, cantar o tocar, saldría algo parecido a eso, aunque es verdad que ahora le pondría instrumentos y ritmos de cumbia y samba, a ver qué tal. Pero en letras "ayer inadmisibles, hoy entrañables, mañana memorables", como "invisible como la línea azul que aún me ata a un proyecto inacabado", "la alegría de la independencia y el temor al aislamiento son intercambiables como maniquíes y dependientas" , o "este hotel nos va a ordenar las olas" y también en la brutal energía al mismo nivel con que tocan el bajista Wences y el batería Tato, es como si desapareciera. Siempre que los veo en directo, acabo a empujones, es totalmente catártico. 

La cuestión es que un buen día de 2016, los de Nueva Vulcano, Polseguera y Sot decidieron crear una cooperativa para montar bolos con gusto fino y pillarse el Begood para que tocaran allí. Desde entonces, es uno de los mejores lugares para ir en Barcelona. Tanto, que Bigott, el loquito cantautor maño de indie-folk bailable prefiere tocar tres días seguidos allí cuando viene a Barcelona que hacerlo en una sala más grande que seguro llenaría. El Begood es un sitio en que gente como Bigott te pregunta: "¿A qué hora te va bien que toque?". Y luego lo cumple. O en el que charlas con el bajista de un grupo e interrumpe la conversación para decirte: "Voy a hacerme una raya". O pillas por banda al cantante de Nudozurdo y es tan real la angustia que transmite en su bolazo que cuando vas a hablar con él para felicitarle te mira con cara triste y desolada y pasa bastante de ti. O te enamoras de la segunda voz de los Zephyr Bones. O vibras con los héroes secundarios de Aldrin y Collins. O con los Pavement mallorquines de Da Souza, de lo mejorcito que me ha pasado en el último año para no abandonar las guitarras eléctricas de mis auriculares. O el pogo sorpredentemente joven ante los Hereu Escampa

Me recuerda el Begood en su decoración casi inexistente, su luz baja y su cercanía con el escenario, a esas salas de pelis y series norteamericanas, como en Vinyl, donde en los años 70 iban los grandes grupos a hacerse grandes. Si no fuera porque tengo mis dudas sobre el margen de crecimiento del sonido noventero en los próximos años, juraría que el Begood es de esos lugares donde dentro de unos años podrás decir: "Yo los vi tocar en Begood y éramos 20". Lo podré decir sobre Cuello, que me parece un grupazo con una potencia imparable, pero visto cómo está de envejecido el público del hardcore punk indie o como lo quieras llamar, no apostaría mucho por ellos. 

Pero el reinado del trap le da aún más encanto a apuestas como el Begood. Un poco mosqueado con la escasa presencia en el bolaco de Cuello, Artur me dijo: "A mí me da igual, pienso seguir programando conciertos así aunque vengan cuatro personas". Berri Txarrak tocó para una sola persona en Nantes hace un año y fue bastante histórico. La psicodelia con cierta herencia cumbiera de los colombianos Pirañas, el encanto crooner de Sean Nicolas Savage, el pop luminoso de Kiwis o las letras ácidas del consagrado Joan Colomo son planes perfectos para ir entrando en el veranito el próximo mes al margen de la masificación de los festivales y esa especie de producción en cadena en que se han convertido los grupos musicales que te van colando (no hace falta que cite a farsas como Izal o Supersubmarina, que seguro que nunca tocarán en Begood). 

Pero tengo que reconocerle también al Begood que ese encanto tiene también algo de imperio caído y decadente. Ver a un grupo como Aina con la hija pequeña de uno de los miembros durmiéndose por las esquinas (con enorme protector de oídos, no os penséis) y con un público totalmente inmóvil pese a la energía que le meten, tiene algo de nostálgico, de que nuestros mejores años ya pasaron. "Hemos hecho cosas". Que el mayor gozo del público cuando conoce a los cantantes sea poder hacer bromitas entre tema y tema es bastante triste teniendo en cuenta que, a lo mejor es que me equivoco, la música es un estado de ánimo que te puede menear mucho, sea para bailar o para botar. Pero bueno, no es obligatorio. También reconozco que esos cuarentones y cincuentones anclados en las gorras Vans, las camisetas de Dinosaur Jr. y las ferias de vinilos me producen sentimientos contradictorios. Son el espejo de lo que puedo ser en breve y de lo que no quiero ser o sí quiero ser o no sé, no tengo muy claro si todo ese rollito es su zona de confort para no salir de cierta adolescencia o si son peña tan auténtica e inexpugnable que hay que admirarles por no sucumbir ni a las camisas para entrar del todo en la madurez ni al meneo de caderas de Bad Gyal para luchar de manera aún más a contranatura contra el paso del tiempo. Siempre será mejor un pogo con los tuyos que acabar "llorando en la limo". "Salgo fuera a fumar...pop y espiritualidad".