Ada Colau es una figura mediática. Es, posiblemente, el primer representante de Barcelona con más notoriedad en España desde Pasqual Maragall, aunque poco, muy poco, trascenderá de su obra de gobierno, a diferencia del líder socialista que transformó la capital catalana en los años 90. Colau, según cuentan personas próximas a la alcaldesa, ambiciona cumbres mayores, descartadas porque el globo de Podemos se desinfla día tras día.

En una fecha histórica para la democracia española, Colau ha estado presente en el Congreso de los Diputados para presenciar, en directo, el voto de censura a Mariano Rajoy, reivindicando una cuota de protagonismo que no le tocaba. Ha preferido un instante de gloria personal a atender las necesidades reales de Barcelona.

En unos momentos trascendentales para el futuro de Barcelona, por sus incertidumbres políticas, económicas y sociales, Colau ha esquivado su presencia en la Comisión no permanente de estudio de la situación económica de la ciudad que se celebra este viernes. En la misma se discuten de temas que afectan, y mucho, a los ciudadanos de Barcelona, como el turismo, la restauración, la moda, la venta y mercados ambulantes, el turismo, el urbanismo y la fiscalidad. Ella, en cambio, ha optado por estar cerca de Pablo Iglesias, de quien espera tal vez una invitación a su pomposa casa de 600.000 euros.

Colau debería pensar mucho más en Barcelona y sus gentes, preocuparse por resolver sus problemáticas y tender puentes de diálogo con los principales agentes de la ciudad. Sin embargo, ha preferido hacer un “Pisarello” y escaquearse de una comisión que no le seduce demasiado, consciente de las dudas y el rechazo que suscitan sus políticas económicas. Quien se autoproclamó como la alcaldesa del pueblo, cada día está más lejos de sus ciudadanos, muchos de ellos votantes suyos en 2015 que ya están hartos de tanto populismo y tan poca gestión.