Llevo unos meses estudiando la Barceloneta en el marco de un proyecto de la Federació d’Associación de Veïns i Veïnes de Barcelona (FAVB) que persigue el diagnóstico comunitario del barrio. Entre entrevistas, talleres en escuelas y entidades, análisis de datos demográficos y cuestionarios varios, tratamos de entender la actualidad vecinal desde el punto de vista sociológico. Una de las actividades que mejor funcionan en el análisis es el trabajo que desarrollamos en aulas de primaria y secundaria, preguntando a la chavalada del barrio acerca de los problemas de su barrio y los elementos que más aprecian.
Entre las problemáticas más repetidas entre niñas, niños y adolescentes destacan las que se desprenden de la intensa actividad turística y de servicios que hay en la Barceloneta: subidas incontroladas de los precios de la vivienda, venta de drogas, ruidos y peleas constantes, pérdida del comercio del barrio, acumulación de basura en calles y playas… Los menores de la Barceloneta avalan y relatan perfectamente una cadena de incomodidades y situaciones de expulsión vecinal que es inmediatamente evidente en la mirada de quienes pasan cada día en sus calles. Unas calles que, por cierto, son capaces de narrar buena parte de la historia relevante de la ciudad.
El origen de nuestro barrio marítimo por excelencia se remonta precisamente a las consecuencias inmediatas de la Guerra de Sucesión Española y el desenlace del asedio borbónico a la Barcelona de los Austrias. Tras 1714 se proyectó la gigantesca ciudadela militar que presidió el este de la ciudad hasta la Exposición Universal de 1888. La ciudadanía expulsada del antiguo barrio de la Rivera fue trasladada a la lengua de tierra que hoy ocupa este singular ensanche marítimo. Durante la mayor parte de sus casi 3 siglos de existencia, la actividad predominante ha estado orientada a la pesca y las actividades portuarias y, hasta no hace mucho, sus residentes se distribuían entre pescadores, estivadores y trabajadores de las fábricas colindantes. Un barrio popular, al fin y al cabo, un ecosistema social que extendía el limitado espacio doméstico de sus humildes cuartos de casa a las calles, playas, plazas, al mercado y, por supuesto, al puerto.
Precisamente el ambiente pueblerino y singular es uno de los aspectos que más resalta el alumnado de las escuelas del barrio y el más repetido entre la vecindad. Cohesión comunitaria que lleva unos años, ya casi décadas, en riesgo. Hoy en día el precio del suelo residencial en la Barceloneta alcanza los primeros puestos de la ciudad, su encarecimiento es uno de los efectos principales del nuevo rol que ha adquirido el barrio en la Barcelona que funciona como una exposición y lugar de atracciones para la industria turística. En prácticamente la misma proporción, también se ha elevado el precio de los locales comerciales, expulsando al tejido de pequeñas empresas tradicionales y sustituyendo el abastecimiento del residente por servicios al visitante.
Echar una mirada al litoral es presenciar la ausencia de la vecindad en sus playas. Su paseo marítimo ha quedado pequeño para la actividad comunitaria y el viejo puerto ahora está vallado, repleto de yates enormes y, por supuesto, sin ningún pesquero. El barrio ha quedado perimetrado por el monocultivo turístico y ha perdido su empatía y complicidad con el mar a medida que la ciudad se ha abocado a su tercialización. Sin duda, la Barceloneta muestra la otra cara de lo que en su día se quiso llamar “apertura al mar de la ciudad”. En realidad, lo que ha sucedido es un proceso claro de normativización del litoral donde la actividad turística y la mercantilización tiene la hegemonía del espacio.
Turistificación y mercantilización del espacio, gentrificación, degradación urbana y litoral, inseguridad vecinal, contaminación, problemas de accesibilidad a lo común… Problemas enquistados en un lugar que quiere resistir a la expulsión de su dimensión comunitaria con unos de los tejidos de solidaridad entre vecinas y vecinos más sólidos de la ciudad, curtido tras décadas y siglos de construcción colectiva de una identidad de barrio genuina. La bandera de la cofradía de pescadores que ondea en buena parte de sus balcones deja bastante claro al transeúnte que la Barceloneta no quiere desaparecer en el rol que el mundo parece querer darle.
Fue el primer barrio en organizarse contra las mafias de los pisos turísticos, el que señaló la privatización del puerto, el que ya detuvo en más de una ocasión planes urbanísticos que solo buscaban la especulación de sus inmuebles… En ese pequeño enclave marinero se atesora el espíritu resistente a las consecuencias perversas de la capitalización del espacio urbano que sufren las ciudades globales como Barcelona. Un proceso que segrega a lo comunitario y tiende a parcelizar la vida en común que debe tener enfrente a una colectividad local que se reconozca a sí misma y que reconquiste la ciudad a favor del uso vecinal.