Queda un año para las elecciones municipales y Barcelona será el escenario de una función con muchos actores y un desenlace incierto. El efecto Colau se desvanece día tras día tras su incapacidad para regenerar una ciudad con nuevos problemas y más fraccionada que nunca por las discrepancias entre unionistas e independentistas. La ruptura con el PSC marcó el principio de la debacle de los comunes, que han fracasado en su intento de unir el tranvía por la diagonal, se han estrellado con la funeraria pública y siguen sin digerir su fiasco con la multiconsulta. Nunca Barcelona había tenido un gobierno tan frágil.
Colau parece haberse cansado del día a día. De la gestión. La pérdida de la EMA constató la incapacidad del actual gobierno para situar a Barcelona como un referente económico europeo. Más bochornosos son los plantones de su mano derecha, Gerardo Pisarello, quien desprecia al jefazo del Mobile con el mismo descaro que ignora a sus rivales en el consistorio barcelonés.
Los principales agentes económicos están hartos de Colau. También muchas entidades que apostaron por la actual alcaldesa, cada vez más alejada de los principales problemas de los distritos de la ciudad. Los comerciantes piden medidas contra la venta ambulante ilegal con la misma convicción que los vecinos de Ciutat Vella exigen soluciones inmediatas para erradicar los narcopisos y en Gràcia están hartos de tanto botellón.
Y mientras los barceloneses piden un gobierno más efectivo, alejado de tanto adoctrinamiento y mucho más resolutivo, Colau se prodiga por Madrid, ya sea para asistir al final de Mariano Rajoy como presidente o para impartir una conferencia. En la capital de España se mueve como pez en el agua y en coche privado, no vaya a pensar alguien que la alcaldesa predica con el ejemplo y se desplaza en bicicleta en su ciudad o en la de Carmena.