Cuando era adolescente creía que las artistas nunca se desnudaban de verdad en las películas. Tengo grabada en mi memoria el día en que asistí a un pase de la película La balada de Cable Hogue, dirigida por Sam Peckinpah en 1970. La vi en una sala de cine de Mollet del Vallès, junto a un amigo al que se le entelaron las gafas en la escena en la que la actriz Stella Stevens se bañaba desnuda en un barreño. A la salida de la proyección le comenté a mi amigo que no creía que estuviera desnuda de verdad, que los cineastas tenían trucos para que lo pareciese. ¡Santa inocencia!
Ocho años más tarde vi L’orgia de Francesc Bellmunt y entendí que Juanjo Puigcorbé estaba realmente desnudo cuando aparecía descendiendo por la calle Balmes al mando de una motocicleta. Entonces me chocó que se pudiese rodar esa escena sin problemas. Teníamos la democracia recién estrenada y yo no había perdido del todo aquella inocencia adolescente. Pero me cayó bien el actor capaz de enfundarse en ese papel y conducir por mi ciudad con aquel desparpajo y desnudez. Para mi Juanjo Puigcorbé siempre será aquel tipo desnudo de la moto.
Hace unos días, Juanjo Puigcorbé, que pasó a reclamar que le llamasen Joan Josep desde que asumió el cargo de concejal de ERC en Barcelona, ha caído en desgracia política. Un informe de la Diputació de Barcelona señala que, como responsable de Cultura de esa institución, maltrataba a sus subordinados actuando con “menosprecio y soberbia”. Esa información se desconocía cuando, sorpresivamente, anunció su renuncia al cargo de concejal a primeros de junio. Cuando la razón real de esa decisión ha salido a luz pública, ERC le ha exigido el acta de regidor, pero él ha optado por seguir en el consistorio como concejal no adscrito.
Supongo que el líder de ERC en el Ayuntamiento, Alfred Bosch, debe tener claro que algo de cierto hay en el informe de la Diputació cuando lo ha echado de su grupo municipal. Quizás Puigcorbé pertenece a aquellas personas que creen que tratando con dureza a sus subordinados se obtienen mejores resultados. He conocido profesionales de la radio y de la docencia que están convencidos de ello. Aplican a pies juntillas los dichos de “La letra con sangre entra” o “Quien bien te quiere te hará llorar”. Y mi experiencia me ha convencido que a base de sangre, gritos y llantos solo se consigue desquiciar a la gente y ganarse enemigos.
Ya puestos a citar el refranero popular, a ERC de Barcelona se le podría recordar el típico “Dime con quién andas y te diré quién eres”. A lo que los de Alfred Bosch podrían replicar con lo de “Un fallo lo tiene cualquiera”.
El caso es que a mí me gustaba más Puigcorbé cuando se llamaba Juanjo.