La Guàrdia Urbana de Barcelona estrenó ayer uniforme. De azul oscuro -más parecido al tono ue utilizan los Mossos d’Esquadra y la Policía Nacional– con franjas de color amarillo flúor en los hombros. En la manga izquierda luce la senyera y en la derecha, el escudo corporativo, mientras que en la espalda se lee "Policia" y "Guàrdia Urbana'". El cuello lleva cuatro cuadritos que evocan el histórico diseño “tablero de ajedrez” con el que se identifica la Guàrdia Urbana de Barcelona. La nueva vestimenta responde al objetivo de armonizar de forma progresiva los uniformes de los Mossos d'Esquadra y los de las más de 100 policías locales catalanas, para reforzar la imagen conjunta, algo que se anunció hace un año. Porque por fin alguien se dio cuenta que la diferenciación estilística entre distintos cuerpos de seguridad nacionales favorece las trifulcas entre ellos (los aleja) más de lo que se cree...
La uniformidad indumentaria refleja y fomenta la uniformidad ideológica. Por higiene y salud democrática es preferible la pluralidad estilística, pero socialmente se tiende a la mimetización en el vestir. Sobre todo durante la adolescencia -cuando nuestra personalidad aún no está diseñada y precisamos integrarnos en un grupo para sentirnos aceptados- y en el mundo laboral. No es casualidad que quienes visten de uniforme en sus profesiones, lejos de hablarnos con sinceridad, se escuden en él para protegerse y defenderse como colectivo. El uniforme actúa como una señal de que no debemos o no hace falta que tratemos a alguien como un individuo, y de que éste tampoco debe ni tiene que tratarnos a nosotros como tales. Y da igual el tipo de uniforme que sea: militar, civil o religioso. Lo que se hace, como lo que se viste, viene marcado por autoridades externas, en mayor o menor grado; dependiendo de que uno sea monje franciscano o integrante de un grupo grunge.
Llevar uniforme es renunciar a nuestro derecho a la libertad de expresión en el lenguaje del vestido. Se nos obliga a repetir un diálogo escrito por otro. En el caso más extremo nos convertimos en parte de una masa de personas idénticas gritando todas las mismas palabras al mismo tiempo. Por tanto, el uniforme consigue que aquel que no lo porte se sienta impresionado e incluso aterrorizado por los demás. No es de extrañar entonces que una de las primeras medidas que Adolfo Suárez llevó a cabo en cuanto se convirtió en presidente del gobierno fue cambiar el gris de los uniformes de la policía armada (conocidos popularmente como "los grises"), inspirados en el de los nazis, por el marrón para la policía nacional.
Pero el uniforme logra también ocultar carencias físicas o psicológicas, o incluso eliminarlas. La toga de un juez o la bata de un cirujano pueden conseguir disimular una constitución endeble a los temores de impotencia, invistiéndolos de dignidad y seguridad. En cada inicio escolar, se desata el mismo debate: ¿deben los niños asistir a clase uniformados? Y, por supuesto, hay tantas razones a favor (los hace a todos iguales y es más cómodo y económico para las familias...) como en contra (impides que el crío desarrolle su propio estilo y carácter; además, siempre habrá alguna singularidad en el físico o en los accesorios de cada niño).
Mientras, esta semana conocíamos que el alcalde de Broummana (Líbano) ha obligado a las agentes a vestir shorts para atraer el turismo. "Nos han dicho que Líbano tiene una imagen negativa en Occidente, así que este fue nuestro intento de demostrar que esta imagen era incorrecta", declaró. Uniforme sexista se le llama a la patética iniciativa del libanés. Pero este será tema de análisis para otra ocasión…