Desde hace unos días me he fijado que en los anclajes para bicicletas cercanos a mi domicilio hay bicicletas destrozadas. Alguien se ha entretenido en doblar las ruedas y dejarlas inservibles. Paseando con un amigo que se desplaza en bicicleta por la ciudad se lo hice notar y me sorprendió su respuesta: “Se lo tienen merecido por dejar sus bicis en los sitios previstos para nosotros”. “¿Quiénes son los otros?”, le pregunté. Y me dijo que son empresas privadas de alquiler de bicicletas.

La gente viene de lejos. Desde que estas empresas llegaron a la ciudad y ocuparon las áreas de aparcamiento público. Usuario como soy del bicing me molesta encontrarme todas las plazas ocupadas en un aparcamiento de ese servicio cuando intento devolver mi bicicleta. Lo habitual es esperar a que llegue otro usuario para recoger una o desplazarse hasta otro aparcamiento cercano en busca del hueco ansiado. Pasa a veces. Pocas. Veremos con la nueva empresa que acaba de ganar el concurso para gestionar el servicio. Ese problema no debería existir para los ciclistas urbanos ya que los tubos simples que sirven de anclaje no pueden suponer ningún gasto excesivo para el consistorio y no se requiere de ningún sofisticado sistema informático para aparcar las bicicletas.

Pero algo falla. Algo que tiene a mi amigo ciclista de los nervios y hace que se muestre comprensivo con los vándalos que destrozan las bicicletas de las empresas privadas que las alquilan.

Uno siempre tiende a pensar que la verdad es más compleja que la primera explicación que viene a la mente. Así han triunfado detectives de ficción como Hércules Poirot, Sherlock Holmes o tantos otros.

Vale que a mi amigo le pueda molestar que unas bicis que sirven para un negocio le quiten un anclaje cerca de su domicilio, pero él es de la enorme mayoría de los que suben la suya a casa para evitar percances nocturnos.

Intuyo que hay gato encerrado. Y que tras esas ruedas dobladas como una pintura de Dalí hay gato encerrado. En el mundo de los negocios no hay compasión.

Hay un asesino de bicis suelto en mi barrio y alguien se beneficia de sus crímenes.