En 1967, Pau Riba lanzó su primer álbum musical. Lo tituló ‘Taxista’, igual que una de las tres canciones del mismo. De eso hace, por tanto, más de cincuenta años. No había por aquel entonces ni Uber ni Cabify que hiciera competencia a los taxis de toda la vida. Por lo que explica Pau Riba en su canción las cosas no eran muy diferentes en 1967. La dificultad para encontrar trabajo se plasma en la letra de la canción: “Taxista, llévame al cielo. Busco trabajo y quizás en el cielo habrá, ya que la Tierra está llena de gente cruzada de brazos”. Riba duda también de que en el cielo puedan contratarle y le pide al taxista que, en ese caso, le lleve al infierno para probar fortuna allí limpiando calderas, encendiendo hogueras o archivando pecados. La canción termina con el cantante preguntándole al taxista cuánto le va a cobrar. “Sólo tengo siete pesetas y dos tristes reales”, le advierte.
He pensado en esta canción de mi infancia al observar la huelga de los taxistas ante la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya que niega validez a la decisión del Area Metropolitana de Barcelona (AMB) que limitaba a una licencia de vehículos de alquiler con conductor (VTC) por cada treinta de taxi. Dicen los jueces que esa competencia es del Estado y que la AMB no puede entrometerse en ella. Y dicen los taxistas que si ya les parecía mal la competencia de empresas VTC, como Cabify o Uber, peor les parece que no limiten su expansión.
En el área metropolitana de Barcelona trabajan unos 10.500 taxis y unos 800 vehículos de alquiler sin conductor. El sector está saturado y, claro está, a mayor competencia menos negocio para cada conductor. Por otro lado, las licencias del taxi, después de fluctuaciones espectaculares en los últimos años, se traspasan, hoy por hoy, a unos 135.000 euros. Es decir, que tener una licencia es tener un tesoro. Nada que ver con trabajar como empleado de Cabify o Uber. Se explica que los poseedores de licencias de taxi estén aterrorizados con el riesgo de que su inversión pierda valor si se generaliza el servicio de alquiler de coches con conductor.
Entrar en los portales de esas empresas es entrar en el mundo de Yupi. Claudia, una conductora peruana, nos dice: “Soy una madre. Con Cabify puedo organizar mi tiempo y estar más tiempo con mis hijas”. “Sé un conductor. Elige libertad y seguridad”, propone la empresa a quienes pueden optar para trabajar para ella.
La sórdida guerra de la competencia en el mundo capitalista nada tiene que ver con la serie infantil emitida por Televisión Española a finales de los ochenta. Lo hemos visto estos días en las calles de Barcelona y otras ciudades españolas.
A primer vistazo parece como si la lucha de los taxistas vaya contra los signos de los tiempos. La liberalización comercial permite a las grandes empresas hacer lo que les da la gana, obtener beneficios a costa de la pérdida de ingresos y garantías laborales y lanzar a los trabajadores a pelearse unos con otros.
A todo ello, Pau Riba sigue vivito y coleando. Sería curioso ver como actualizaría la letra de aquella canción. Me temo que no querría ir al cielo con Cabify. Ni al infierno.