Dentro de poco más de un año comenzará la recuperación urbanística de la Rambla, a cargo del equipo liderado por Itziar González. Se trata de devolverle a esa emblemática vía lo que el capitalismo —y la voracidad que éste lleva implícita— le ha ido hurtando progresivamente, hasta convertirla en lo que tenemos hoy: un escenario plagado de terrazas de restaurantes y bares que ocupan la mayor parte de su superficie, y comercios en su mayoría cutres a ambos márgenes, con sendas heridas de asfalto que apenas sirven para el ir y venir de autobuses y taxis, ya que pocos conductores civiles se atreven a tomar la Rambla como una opción de circulación viable.
Hacer que la Rambla sea un espacio donde se desarrolle la vida cotidiana de la ciudad, pensada desde la perspectiva de quienes viven en el barrio y no dirigida exclusivamente al visitante turista, ese es el reto que ha asumido el grupo llamado Km-Zero. De hecho, en su comunicación online Itziar González y los suyos hablan del «rescate de las Ramblas», entendido este rescate como hacer de la Rambla un espacio saludable y amable que invite al paseo, mejore los desplazamientos de los peatones, recupere la vida cultural y social, devuelva al barrio un comercio local y de proximidad, respete el arbolado… en fin, todo lo contrario de lo que viene ocurriendo.
¿Verdad que es chulo? Muy bien, pues ahora resulta que han aparecido los representantes del Gremi de Restauració para quejarse del proyecto porque «no han contado con la visión de los que pisamos cada día la Rambla: vendedores de prensa, floristas, estatuas humanas», según su presidenta.
Vendedores de prensa, floristas, estatuas humanas y «restauradores». Vamos poco a poco. Los vendedores de prensa son hoy —y duele tener que decirlo— como cualquier X-Men: personajes de ficción, condenados a la venta de cualquier cosa antes que de diarios y revistas que casi nadie compra en pleno siglo XXI, con internet al alcance del peor dispositivo portátil. Como ellos, los floristas no corren ningún riesgo de tener que abandonar su negocio tras el rescate ramblero, sino sólo adaptar espacio y aspecto de sus paradas para armonizar con el todo. Las estatuas humanas (hasta 12 autorizadas oficialmente en el tramo de Santa Mònica hasta el Passeig de Colom) seguirán allí, tal como hoy, como estatuas, porque nada hace temer por su continuidad si se ajustan a la normativa municipal. Y una cosa importante: ni vendedores de prensa, ni floristas ni estatuas humanas han salido a decir nada en contra del proyecto de Km-Zero.
Los que sí han salido son los llamados «restauradores» de la Ramba. Los mismos que se aprovechan del guiri tentándolo con ofertas de menús por pocas monedas para clavarles después más de diez euros por una cerveza. Los mismos que mueven sus sillas y sus mesas un poquito más allá cada vez, para ganar algún metro de terraza. Los que sirven paellas industriales congeladas. Los que pagan sueldos míseros al personal para cubrir a veces turnos que exceden en mucho los máximos establecidos por el convenio. Ellos, destructores de la Rambla, los que se hacen llamar restauradores, ahora se oponen a la restauración, acaso porque ven peligrar el chollo del que han mamado desde hace décadas.
La cuenta, por favor, que yo me marcho.