La alternativa al pesebre tradicional que los comuns han encargado para decorar este año la plaza Sant Jaume es una escenificación de una mesa de Navidad cualquiera. Sillas vacías alrededor de una mesa, donde entre los 12 comensales se identifica el asiento de Jesús por el babero, la de la Virgen por un manto, la de San José por las herramientas de carpintero y la del Caganer porque está agujereada y hay una barratina y las patas llevan lazadas de espardenyes. El musgo hace de mantel y en los platos hay nidos con los deseos de los comensales. La obra es de Sebastià Brosa y le ha costado al erario público 60.000€.
En mi casa es que siempre hemos sido más tradicionales con el pesebre. A lo más transgresor que hemos llegado es que a mi hermano mayor le entrara la impaciencia y empujara a los reyes para que llegaran antes. Por mi parte, el castillo de Herodes me daba tanto miedo que a veces lo escondía (si no está no existe). Cuando se rompió la cestita del niño Jesús, mi madre le hizo una cuna con un trozo de algodón. Pero nunca nos ha dado por incluir en el Belén a Spiderman o el coche de la Barbie. Es más, en el Belén que mi madre compró en Sevilla hace mil años las figuras son de tez oscura y cabello moreno y no blancas y rubias.
Aún así sé que este año la novedad son los lavanderos hombres y las pescadoras mujeres. Un tema de paridad que tergiversa la historia y más la del cuento que dice que una mujer siendo virgen se quedó embarazada del espíritu santo y su marido tragó con el niño; pero que si alguien hace sentir mejor, adelante. Por mi parte, el pesebre que mejor me ha retratado, o por lo menos mi adicción, es el que hace un par de Navidades se viralizó y consistía en tres latas de coca cola light con el nombre de María, José y Jesús. ¿Capitalismo? Sí, pero no costaba 60.000 euros...
Con estas de ser los más originales o adaptar las tradiciones a nuestros días, para el año que viene sugiero ya algunas ideas. Porque las mesas navideñas más representativas y realistas de nuestros días casi siempre incluyen la ausencia del un ser querido; la anciana que a las ocho de la tarde del día de Nochebuena se mete en la cama tapada con una manta porque no tiene a nadie y tampoco puede permitirse el lujo de dejar la luz encendida un minuto más; o a los miles de enfermos que pasan esas fechas en una habitación de hospital.