Hay que aplaudir la audacia del Caixa Fòrum al traer obra de Diego de Velázquez a Barcelona. La exposición “Velázquez y el siglo de Oro” ofrece siete muestras del pintor sevillano que encabezan secciones temáticas distintas en que cada pintura del gran maestro español es cortejada por muchas otras, también prestadas por el Museo del Prado, de artistas como Tiziano, Rubens, Zurbarán o Murillo. Un plato bastante apetecible que, durante un rato, nos secuestrará de las redes sociales, del culebrón de turno o de la barra del bar. Vale la pena.
No hay nada nuevo en las descripciones que se ofrecen en esta exposición. La sección catalográfica del Prado es un coto cerrado para proponer nuevas interpretaciones sobre cuadros de los que se ha escrito mucho. Casi en castellano antiguo, lo que se dice de cada pintura es lo mismo de siempre: descripciones decimonónicas de historiadores del arte consagrados; a veces se solapan el aura de Velázquez con el aura del crítico de arte de turno. Cosas que pasan con los grandes maestros. Con tanto aura, se pierde la frescura de las descripciones y una visión de conjunto que podría ser más cromática y comprensible para todos.
De las siete pinturas, son todas tentadoras, pero me quedo con “Marte”, que don Diego pintó en 1638. El dios Marte es protagonista de una pintura anterior, “La fragua de Vulcano”, de 1630, donde se aparece Apolo a Vulcano, que prepara las armas para la guerra, informándole de que Marte ha cometido adulterio con su esposa Venus. Sí: Venus es la del Espejo, esta vez de 1649, de la National Gallery. Cuánto nos hace pensar que este lienzo fuera acuchillado por una loca en 1914.
El “Marte” de la exposición en el Caixa Fòrum es un hombre de cierta edad, arrugado por el tiempo. Semidesnudo y sentado sobre el lecho de su pecado, luce un casco a modo de ridículo sombrero que ya no le sirve para la guerra. No tiene la dignidad del “Hombre del Casco de Oro”, del círculo de Rembrandt (1650), ni la del “Marte” del Veronés del MOMA (1570), ni la elegancia del de Botticelli (1452). Marte, en Velázquez, es un dios fracasado porque se deja llevar por las pasiones. Es un dios que ha dejado de ser Dios con mayúscula y ha pasado a ser un hombrecillo recién salido de sus abrazos con Venus.
En mi parábola, Barcelona como proyecto político y ciudadano se ha colado en el lecho de un electorado narcotizado, en parte por el fracaso en la gestión del Procés. El barcelonés, metido en las sábanas de tanto partido político y de tanto político de poca monta, se mueve como el dios Marte de Velázquez: lentamente, ineficazmente, estúpidamente.
Echamos de menos a un dios Apolo, algún gran político que no conocemos, que avise a la forja de Vulcano de que el tiempo está cerca, de que nuestra ciudad no debe ser la capital de una independencia de corte ruralista, ni debe seguir en manos de unos anarcos que le han cogido gusto al poder. Sí: según cómo se enfoque el electorado, podríamos seguir la estela de una obra maestra o caer en el olvido de las ciudades provincianas.