Corría el 18 de febrero de 2017 cuando centenares de miles de ciudadanas y ciudadanos recorrieron las calles de Barcelona convocados bajo el lema “Queremos acoger”. La organización que los convocó, ‘Casa Nostra, casa vostra’ (‘Casa nuestra, casa vuestra’), cifró en medio millón los participantes en la manifestación. La Guàrdia Urbana rebajó esa cifra hasta los 160.000. Mucha gente.
Aquel clamor se concretó en pocos hechos constatables, aparte de la pancarta que lució con ese lema en el balcón del Ayuntamiento durante unos días y los esfuerzos de determinadas asociaciones y departamentos municipales por echar una mano a los que llegaban pidiendo asilo a nuestra ciudad. El gobierno catalán, a lo suyo, se ha dedicado a sestear en esta cuestión y a culpar al gobierno español de no aportar más dinero a esa causa.
Ese gobierno español, desde hace unos meses en manos de unos dirigentes diferentes a los que había cuando se produjo aquella gran manifestación acogedora, ha convocado una de sus reuniones semanales en Barcelona. Antes lo hizo en Sevilla y no hubo queja alguna. Aquí, si. Algunos colectivos, liderados por la Asamblea Nacional Catalana, han manifestado su oposición frontal a que nuestra ciudad acoja ese Consejo de Ministros. Para ellos, el gobierno español no es bienvenido en nuestras lares, porque representa a un Estado contrario a la independencia de Catalunya y porque, según ellos, es responsable de que activistas y políticos independentistas catalanes estén en la cárcel o se hayan ido al extranjero.
El gobierno catalán fluctúa entre dar palmaditas en la espalda a quienes proponen poner la ciudad patas arriba en señal de protesta y reunirse con el presidente español aprovechando su estancia en Barcelona.
Curiosamente, ese gobierno español existe porque los dos partidos independentistas catalanes con representación en el Congreso de los Diputados –ERC y JuntsxCat- dieron sus votos a Pedro Sánchez para que lo presidiera.
Evidentemente no es lo mismo acoger inmigrantes que acoger gobernantes, pero lo que es simpáticos, simpáticos, no lo estamos quedando precisamente ante los ojos de Catalunya, España y el mundo.