Me hubiera gustado comenzar estas crónicas de Barcelona con una historia bonita. Incluso alguna historia épica de nuestra ciudad. Para quien no lo sepa, he nacido, me he educado y he vivido la mayoría de mis años en Barcelona, en el Eixample. Además, me gusta ejercer de “barceloní” a todos los efectos. Pero creo que no podrá ser así mi primera columna, espero la primera de muchas sobre Barcelona, en Metrópoli Abierta.

He bajado a la calle a tomar el aire y la he visto toda negra y amarilla. Miento. Las luces azules de la Guàrdia Urbana abrían y cerraban los candados desde los que los amigos taxistas han tenido a bien volver a secuestrar nuestra ciudad. Es curioso que esa policía más conocida por poner multas se haya dedicado no sólo a proteger sino a ayudar a aquellos que han decidido bloquear Barcelona. Supongo que cansados de mirar para un lado en el caso de los manteros, ahora deciden hundir aún más el prestigio de la capital.

Podríamos llamar de muchas formas la actuación de los taxistas. Pero la palabra chantaje parece la más adecuada. Aunque aquí debemos añadir “chantaje consentido”. Consentido por la alcaldesa Colau. ¿Quién de nosotros osaría aparcar en la Gran Vía sin temor a ser multado? Es más, ¿quién de nosotros se plantearía vender productos robados delante de El Corte Ingles en Plaza Catalunya? Son dos simples ejemplos que confirman que el chantaje no suceden en una ciudad cualquiera, sino en Barcelona, la capital de los políticos cobardes. Aquí la Ley da igual, obviamente no para todos.

La Ley, guste o no, sirve principalmente para unificar las responsabilidades de todos. Sin leyes los criterios son más personales. Y eso que es lo peor en democracia, la antesala del fascismo, es la palabra vital de Colau. Para ella, la Ley es simplemente lo que le gusta. El problema del chantaje de los taxistas es la vergüenza de los cobardes de los políticos municipales de Barcelona. La Guàrdia Urbana debería estar multando uno por uno a todos los vehículos que sin autorización están aparcados en el centro de Barcelona, sean taxistas o no. La ley no entiende de diferencias. Uno no negocia nada en base al chantaje.

Si eso hubiera pasado hace unos meses hoy no se repetiría la escena. El gran problema de los políticos cobardes como los de Barcelona es que ensucian la imagen de la ciudad sin ninguna responsabilidad patrimonial. Sería hora que los millones de euros perdidos por el bloqueo de los taxistas fueran directamente pagados por el bolsillo de Colau. Entendería, entonces, que la política no es una majadería para salir en la foto como una instagramer adolescente. Los taxistas hacen chantaje, pero no lo hacen porque sean muy inteligentes. Simplemente lo hacen porque delante tienen a la peor clase política que ha existido en Barcelona. Y que en su dejación de funciones es capaz de permitir que todos aparquemos en el centro de la ciudad. Con tanta facilidad estoy por dejar de pagar el parking subterráneo y aparcar con los taxistas. Fijo más económico y por lo que veo la Guàrdia Urbana me abrirá la valla. Barcelona no merece unos políticos tan cobardes que olviden que su función es proteger, y hacer funcionar, la ciudad.