Ada Colau es la reina de la gesticulación. De la ambigüedad y el populismo. De la mentira y el engaño. Castigada Barcelona por su errática gestión, retratada con la crisis de los taxistas y el colapso que sufrió hace una semana la ciudad, la alcaldesa busca nuevos estímulos para tapar sus fiascos y vender ilusión con vistas a las próximas elecciones municipales. En sus comparecencias públicas, Colau intenta transmitir ilusión y tranquilidad, pero la realidad no es tan amable, tras confirmarse las purgas de sus personas de máxima confianza en 2015. El primer y la segunda teniente de alcalde, Gerardo Pisarello y Laia Ortiz, no formarán parte de su candidatura y todo parece indicar que tampoco seguirá el número tres, Jaume Asens.
Las encuestan auguran una caída de Barcelona en Comú, que podría perder tres regidores, los mismos que ganaría el PSC. Los últimos sondeos favorecían a ERC, pero la apuesta de los postconvergentes por Joaquim Forn y los habituales retrocesos de los republicanos auguran otra gran batalla en el bando independentista, muy fragmentado. El cóctel se completa con Manuel Valls, ex primer ministro francés que lidera la plataforma transversal 'Barcelona, capital europea', con el aval de Ciudadanos.
Pisarello, el número dos del Ayuntamiento de Barcelona, es un personaje impopular, incluso desagradable, para las clases económicas de la ciudad y para una oposición harta de sus exabruptos. Sonado, por ejemplo, fue su último desplante al jefe del Mobile y su fracaso con la EMA. La renuncia de Ortiz, procedente de ICV, retrata las tensiones internas en los comunes, la disparidad de criterios en asuntos trascendentales. El malestar de la segunda teniente de alcalde alcanzó su máxima expresión con la salida del gobierno del PSC.
Colau finiquitó el pacto con Collboni por sus discrepancias con la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Catalunya. La ruptura resultó traumática para los antiguos socios del PSC y, sobre todo, para Ortiz. La alcaldesa, en cambio, normalizó sus relaciones con Janet Sanz, que ganó protagonismo en la guerra de las terrazas y en la aprobación del nuevo espai Barça que contempla una gran transformación del Camp Nou y sus aledaños.
Las purgas de Colau y el escaso legado de su mandato amenazan con liquidar una etapa muy oscura en el Ayuntamiento de Barcelona, una ciudad, hoy, mucho más insegura, sucia y pobre que hace tres años y medio. La unión del tranvía anunciada el pasado viernes no es más que humo y especialmente frustrante ha sido la política de vivienda de los comunes, que han construido menos pisos sociales que Hereu y Trias. Con Colau ha menguado también la autoestima en la misma proporción que se han disparado los narcopisos y el top manta.