Ada Colau, la autoproclamada alcaldesa del pueblo, ha activado ya un cambio lampedusiano (que todo cambie para que todo siga igual) para encarar las próximas elecciones municipales. Sentenciados Gerardo Pisarello y Laia Ortiz, número 2 y 3 del Ayuntamiento, Colau busca un golpe de efecto para contentar a los suyos, consciente de que suscita mucho rechazo entre la clase económica de la ciudad y en muchas entidades que confiaron en una prometida transformación que se ha convertido en una degradación creciente de Barcelona.

Su gestión (mejor dicho, la falta de ella) está bajo sospecha. Colau encara los conflictos de la ciudad desde una actitud defensiva, despreciando los cambios tecnológicos que operan en todas las sociedades. En tiempos de globalización y libre competencia, Barcelona ha cedido al chantaje de los taxistas en su batalla con las VTC, una actitud cobarde e impropia de una sociedad avanzada.

La misma alcaldesa que ha construido carriles bici sin ton ni son, con el deterioro de la convivencia entre vehículos motorizados, bicicletas y peatones, para malestar inicial de muchos taxistas, ha puesto la cruz a las empresas de VTC que operan en Barcelona sin importarle el inminente despido de 3.000 conductores. Su gesto, como su anterior desafío a Airbnb, confirma que la Ciudad Condal vive de espaldas a la economía de mercado.

El conservadurismo de Colau, sí, sí, ella que presume de ser moderna y progresista, no es casual. Su apoyo al sector del taxi responde a motivos electoralistas. A un intercambio de favores. Tras constatar la fuerza que tenía el lobby de los taxistas, Colau se entregó a sus líderes a cambio de su apoyo en asuntos totalmente ajenos a la movilidad (la remunicipalización del agua, una obsesión de la primera edil pese al rechazo mayoritario de la ciudadanía)

Colau, lejos de resolver el conflicto, ha priorizado su rentabilidad a corto plazo. Está encantada con su complicidad con el núcleo duro del taxis y sus flirteos con Tito Álvarez, el carismático líder de los taxistas a quien acusan de formar parte de los Boixos Nois en el pasado y de simpatizar con movimientos antisistema. Conocida su afinidad con Podemos y la primera edil de Barcelona, se sospecha que podría formar parte de la lista municipal de los comuns. El suyo podría ser el primer caso de un hooligan que cambia el gol norte del Camp Nou por la plaza Sant Jaume. Con Colau, todo es posible.