Si hay una queja que se repite (como el ajo) en los diez distritos de la ciudad es la de las cacas. El drama de los excrementos en las aceras de Barcelona sigue en bucle. Desde hace años. No tiene fondo, ni final, ni límites. Desafiando a la escatología: la mierda se extiende sin pudor desde la playa hasta la montaña. Cada excremento con sus características. Más blandito, más despedazado, puntiagudo, de humano, reseco o acuoso. Hay cacas para todo tipo de suelas.

Cuando lo imaginable sucede, algunos se mosquean en las redes sociales y despotrican. Que si el dueño es un guarro, que si el servicio de limpieza funciona fatal. Que si bla, bla, insultos fuertes, y eso. Ningún ciudadano se salva de las cacas, ni siquiera la maniática del orden japonesa Marie Kondo sobreviviría a esta (cruda) plaga en Barcelona. Mejor que no venga, que le daría un síncope.

Yo el otro día pisé dos en el distrito de Gràcia. Dos enormes y apestosas. Se me ocurrió tirar las botas, pero luego lo pensé mejor: las necesitaba. Se me ocurrió echar La Primitiva. A eso sí que me animé, y no tocó nada. Las supersticiones no valen “una mierda”. Literal. En cualquier caso, la parte más ardua es la de limpiarla. Exige una gran concentración y requiere precisión. Al final, es todo un arte. Y si sobrevives a la arcada, prueba superada. O eso dicen.

El caso es que dejar una deposición abandonada a su suerte en medio de la calle cuesta la friolera de 300 euros en Barcelona. Y– ¡espera!–, hacerlo en parques y jardines infantiles comporta una sanción de hasta 900 euros. Con estos números, el consistorio de Ada Colau debería estar bañándose en billetes gracias a “la mierda”. Pero no es el caso. En 2016 se impusieron solo 76 multas en Barcelona, y en 2017 el número fue menor: tan solo 60. ¿Significa eso que la ciudad está más limpia y libre de cacas? Respondamos al unísono, por favor.

Como contaba arriba, algunos “pisa-caca” se ofenden más que Gabriel Rufián en Twitter. Sin embargo, otros se lo toman con humor. ¡Sí, señor, larga vida a las risas! En Sant Andreu, algunos vecinos hartos del caso están poniendo cartelitos encima –o al lado– de las defecaciones. Uno de ellos tilda el zurullo de “monumento”, según se lee en el cartel de esta “mierda pinchada en un palo”. Otro deja un mensaje en un post-it. “Gracias”, dice cerca de la caca aplastada. Ha tenido mala suerte. Chofff. Si las cacas hablaran...

Desde hace años, algunos vecinos se arremangan contra la mala educación. En una ocasión, impulsaron una petición a través de Change.org dirigida al Ayuntamiento para “crear una base de datos de ADN de excrementos”. La iniciativa se cerró sin respuesta. Casualidad o no, sus plegarias fueron atendidas más tarde en otras poblaciones, aunque no en Barcelona. Por haber hay hasta un mapa interactivo que muestra las zonas más masificadas de excrementos. Imaginación al poder. Y seguirán las quejas, y seguirá el humor ácido hasta que no desaparezcan las cacas de nuestras vistas. Y de nuestras suelas, gracias.